La subida al Veleta que llevó al oro olímpico al waterpolo femenino

La medalla de oro de la selección española de waterpolo femenino en los Juegos Olímpicos no fue solo el resultado de su talento ni de su dominio en la piscina. Detrás de ese éxito hubo un proceso marcado por sacrificios, fortaleza mental y un elemento que definió por completo su transformación: la fuerza de sus conexiones humanas. La historia de este equipo demuestra que, cuando un grupo consigue confiar, comunicarse y empujar juntas hacia un mismo objetivo, la capacidad de superar límites se multiplica. Una historia que recoge Mejor Conectados, una iniciativa de Telefónica.

El camino hacia los Juegos fue largo y, en muchos momentos, complejo. Cada jugadora tenía un sueño común, pero también dudas, miedos y una presión constante por rendir al máximo. Entenderse entre ellas, apoyarse y compartir emociones se convirtió en un pilar tan importante como la técnica o la preparación física. A medida que avanzaba la temporada, quedó claro que su fortaleza psicológica sería tan decisiva como cualquier estrategia de juego.

Dentro de ese proceso, el coaching deportivo tuvo un papel esencial. Las sesiones no se limitaron a entrenar la motivación, sino que se convirtieron en espacios de sinceridad donde cada jugadora pudo expresarse sin filtros. Allí surgieron confesiones que normalmente no aparecen en el vestuario: frustraciones, inseguridades y también agradecimientos. Como explicó Maica García, el coaching las ayudó a ser más sinceras entre ellas, a decirse lo que funcionaba y lo que no, y a reforzar el grupo desde la honestidad. Ese trabajo emocional posibilitó una cohesión profunda que sería determinante en los momentos de máxima exigencia.

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De la montaña a la piscina

La concentración en Sierra Nevada fue otro punto de inflexión. Allí, lejos de la rutina, de sus familias y del entorno habitual, el equipo convivió durante semanas en una montaña rusa física y emocional. El entorno exigente y el entrenamiento de hasta ocho horas diarias no solo buscaban mejorar el rendimiento; también las obligaban a apoyarse unas en otras, a encontrar fuerza en el grupo cuando fallaban las energías individuales. Entrenar a esa altitud reforzó el físico, pero también la relación entre ellas: entendieron que para llegar a París necesitaban estar unidas en cada paso.

La subida al Veleta condensó todo ese espíritu. Fue un reto físico durísimo —casi 20 kilómetros con ampollas, dolor de caderas y cansancio acumulado—, pero sobre todo fue un desafío mental compartido. Paula Leitón lo describió como “un desastre”, pero también como un logro. Y Anni Espar lo convirtió en referencia para todo el equipo: “Chicas, ¿por el Veleta, no?”. Aquella ascensión no solo probó su resistencia; confirmó que, juntas, podían superar lo que parecía imposible. Eso generó un vínculo que la piscina, por sí sola, no podía construir.

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Ese aprendizaje las acompañó a París 2024, especialmente en la final contra Estados Unidos, su rival más temido. La selección estadounidense había dominado prácticamente todas las competiciones anteriores. Pero esta vez España llegó con algo diferente: una confianza colectiva construida desde el esfuerzo compartido. Anni Espar lo resumió bien: lo que más la marcó no fue el marcador, sino “el trabajo en equipo brutal”. Cada jugadora sabía que no estaba sola, y esa seguridad emocional fue la clave para mantener la calma en los momentos críticos del partido.

El triunfo olímpico fue el resultado deportivo, pero el verdadero legado del equipo está en cómo trabajaron su unidad. Lo que guardan hoy no es solo la medalla, sino las conexiones humanas que hicieron posible alcanzarla. Como recordó Pili Peña, lo más grande no fue el oro, sino lo que sintieron juntas durante el proceso.

La historia de este equipo demuestra que la verdadera fuerza no siempre está en la potencia física ni en la táctica impecable. Está en la capacidad de un grupo para escucharse, apoyarse y crecer unido. Ese tipo de conexión es lo que convierte a un equipo en algo más que la suma de sus partes. Y es lo que llevó al waterpolo femenino español a lo más alto del mundo.

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