La carga inalámbrica se ha posicionado en los últimos años como un método cada vez más viable para aportar energía a nuestros gadgets, pero tiene un gran problema.
Los cables son un estorbo, cada vez nos lo parecen más. El sector tecnológico, sobre todo el que tiene que ver con dispositivos móviles, está ansioso por librarse de ellos. En el caso de la conexión a Internet hace ya tiempo que se ha conseguido desechar los hilos de cobre (o al menos transmitir esa sensación al usuario final; otra cosa es a nivel de infraestructura), pero hay otras áreas donde la proeza aún está por llevarse a cabo. La carga inalámbrica es uno de estos objetos de deseo y un paso esencial para librarse de la incomodidad de los cables.
Y no es cosa del futuro. Nokia ha incorporado esta tecnología a algunos de sus últimos terminales, especialmente los de gama alta, mientras que Qualcomm, una compañía que lleva tiempo trabajando en este campo, hizo lo propio con su smartwatch Toq. Esto indica que es un desarrollo que ha empezado a funcionar comercialmente. Sin embargo, el gran problema de la carga inalámbrica ha impedido que progrese al ritmo deseado.
El principal problema de la carga inalámbrica no es otro que una muy baja eficiencia, en comparación a los sistemas que utilizan cables. La startup Energous, por ejemplo, ha creado una funda para dispositivos móviles, que permite cargarlos estando a cinco metros de la fuente de alimentación (un rango considerablemente mayor al que ofrecen los cables). Su método de carga es novedoso, pues se sirve de ondas de radio, localiza el terminal deseado a través de bluetooth y envía las ondas que se convierten en corriente en el punto de destino.
Pese a la innovación, la eficiencia de la carga con el sistema de Energous es muy baja: sólo un 20% de la energía que sale del enchufe llega al dispositivo. Se tarda el doble en completar la batería de un terminal. El método habitual que usan los sistemas de carga inalámbrica es la inducción magnética, basada en el electromagnetismo generado entre los dos puntos, que permite a la fuente de alimentación pasar corriente eléctrica al dispositivo en cuanto la recibe de la red.
La mayoría de cargadores inalámbricos comerciales se sirven de esta tecnología, pero la eficiencia es menor que la de los cables, aproximadamente entre un 70% y un 80% menos. Incluso los hay que sólo llegan a ser el 40% de eficientes, con la pérdida de energía y los costes adicionales que esto conlleva. Sin embargo, ya se está probando un nuevo método, llamado resonancia magnética, que ofrece una mayor eficiencia y permite transmitir energía a una distancia mayor.
En torno a esta tecnología se ha formado el estándar Rezence, que respaldan nombres como Intel, Qualcomm o Samsung. Se trata de una renovación respecto a Qi, el utilizado hasta ahora por algunas de las grandes marcas que se han introducido en este terreno. En cualquier caso, la comodidad que implica la carga inalámbrica, sobre todo para wearables como un reloj o una pulsera, así como en sitios públicos (imaginemos un aeropuerto o una estación de metro con fuentes de alimentación), empuja inexorablemente a nuevos y más eficientes desarrollos.
Imágenes: Nokia, Rezence