Lo que voy a contar puede parecer un cuento, con su príncipe y su princesa, una ciudad engalanada y grandes festejos, pero ocurrió en realidad en un escenario sorprendente: una central telefónica
Érase una vez la ciudad de Salamanca, a finales de los años 20 del siglo pasado. La radio comercial y el cine sonoro acababan de nacer. La modernidad llegaba también de la mano del teléfono automático.
La Compañía Telefónica decidió construir su central en uno de los lugares con más encanto del centro histórico, la Plaza de los Bandos. Este espacio, muy próximo a la Plaza Mayor, estuvo ocupado hasta el siglo XIX por la iglesia de Santo Tomé y en una de sus esquinas se levanta la Casa de María la Brava, un palacio de finales del siglo XV. El nombre de la plaza alude a los dos bandos nobiliarios que se enfrentaron con las armas en una terrible serie de asesinatos y venganzas, que costaron la vida a dos hijos de María la Brava. Lo importante para nuestra historia no es este episodio sino la Casa, que muestra cómo eran los palacios de los salmantinos ricos y famosos del momento.
En otro rincón se situaba el Palacio de los Solís, haciendo esquina con la calle Concejo. Era de la misma época, pero cuando Telefónica compró el solar sólo quedaban sus ruinas, de las que sobresalía una magnífica portada de 1523. En ella se habían hecho retratar, en sendos medallones, sus dueños, el licenciado Juan Ruiz de Lugo y doña María Solís.
El arquitecto José María de la Vega Samper conservó esta joya renacentista y los restos de un balcón gótico con el escudo de los Solís. Los integró en el nuevo edificio de estilo plateresco que coronó con una torre inspirada en el también salmantino Palacio de Monterrey.
El licenciado Lugo y su esposa observan desde entonces a todos los que entran y salen de la central, como lo hicieron siglos antes con sus invitados. El más especial de todos atravesó esa portada en noviembre de 1543. Era un adolescente de 16 años, llamado Felipe, hijo del Emperador Carlos, que iba a convertirse con el tiempo en Felipe II.
La crónica de Fray Prudencio de Sandoval cuenta cómo llegó “a la casa del Licenciado Lugo” nada menos que para casarse con su primera esposa y prima hermana, la jovencísima María Manuela de Portugal alojada “a pared y media” del novio, es decir en el palacio contiguo. Los novios no se conocían más que por retratos, pero en un manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional se describe el romántico episodio en que Felipe quiso ver a su prometida sin ser visto, en una de las etapas del viaje de la princesa desde Badajoz a Salamanca:
“Llegó (la princesa) a un lugar del duque de Alba una legua de Aldeanueva del Campo donde ya el príncipe, nuestro señor, estaba muy disimulado y metido en una casa acompañado del duque de Alba y del marqués de Villena y conde de Benavente y del almirante de Castilla y del príncipe de Asculí y de don Álvaro de Córdoba, su caballerizo mayor y de don Antonio de Rojas su camarero y de don Manrique de Silva, de don Pedro de Córdoba, de don Juan de Luna, del correo mayor, de Ortega, mozo de cámara, don Alonso Enríquez, don Antonio de Toledo, conde de Alba. Los cuales iban muy embozados con cada sendos pajes solamente”.
Es difícil creer que esta numerosa partida de amigos del novio no llamase la atención, lo cierto es que al pasar la comitiva el príncipe se dejó ver para regocijo de todos.
Las costumbres nupciales eran entonces muy diferentes, la boda se celebró por la noche en el palacio y era el novio el que vestía de blanco, tal y como lo cuenta Fray Prudencio:
“Se desnudó lo que llevaba vestido, y vistió una ropa francesa, y sayo de terciopelo blanco recamado; y después de haber la princesa y el príncipe cenado, cada uno en su casa, a hora de las nueve salió la princesa de su aposento, y con ella el cardenal, y duque de Medina Sidonia, y conde de Olivares, con los que la trajeron. El cardenal de Toledo los desposó, y luego tocaron ministriles”.
Al amanecer hubo un “Te Deum” en la iglesia de Santo Tomé, las celebraciones duraron cinco días y en ellas participó toda la ciudad que había construido arcos de triunfo para recibir a los novios. Los jóvenes príncipes fueron muy felices pero por desgracia María Manuela falleció año y medio después, de sobreparto del infante don Carlos, sin llegar a ser reina.
El matrimonio Solís debió de sentirse muy honrado por acoger en su casa una boda tan excepcional. Hoy podemos verlos guardando la entrada de la central telefónica, que se inauguró en noviembre de 1929.
Aunque en su aspecto exterior parece salida del siglo XVI fue el primer edificio de Salamanca con estructura de hormigón armado. En ella trabajó Concepción Hernández, una guapa telefonista que la CTNE escogió como imagen para sus campañas de publicidad. Era una joven con el pelo a lo garçon que encarnaba el espíritu de los felices años veinte y que posiblemente no sospechara que en aquella hermosa central se casaron dos príncipes adolescentes.
Imágenes: Archivo Histórico Fotográfico de Telefónica / UA / Autor