Un ser orgánico y a la vez cibernético, que fusione lo mejor del humano y se beneficie de las virtudes tecnológicas de una criatura artificial. La perfección de la relación –y simbiosis de características– entre personas y máquinas. Suena a ciencia ficción… pero nada más lejos de la realidad porque, por definición, hasta un marcapasos convertiría al ex enfermo del corazón en un cíborg. ¿Será que estamos rodeados y no lo sabíamos?
El término fue acuñado por los científicos Manfred Clynes y Nathan S. Kline, tras plantearse cómo podrían dotar al cuerpo humano de dispositivos electrónicos que mejoraran sus aptitudes de cara a los viajes espaciales. Pero el sueño de Clynes, director científico del Laboratorio de Simulación Dinámica de Rockland State Hospital (Nueva York), tuvo su verdadero impulsor en Kevin Warwick, quien dirigió el experimento Cyborg 1.0. El 24 de agosto de 1998 se implantó un chip RFID bajo la piel desde el cual se controlaba el funcionamiento de puertas, luces, ordenadores,…
Seis años después, revolucionó la ciencia con Cyborg 2.0, implantando un chip más complejo en su propio sistema nervioso y conectado a Internet en la Universidad de Columbia University desde el cual conseguía poner en movimiento un brazo robótico ubicado en la University of Reading (Reino Unido). Por si no fuera poco, la esposa de Warwick participó en este proyecto dejándose instalar un microchip para facilitar la telepatía, conectando por primera vez dos sistemas nerviosos humanos.
Experimentos en el propio cuerpo
Todos estos son los antepasados directos de este impresionante vídeo que firman los chicos de The Verge. Se llama Biohackers: A journey into cyborg America y es un breve documental de apenas 13 minutos, en inglés, en el que un grupo de personas se pregunta cómo es posible mejorar el cuerpo humano mediante la implantación de aparatos electrónicos. Al igual que Clynes y Warwick, las respuestas las encuentran experimentando en sus propios cuerpos y así han querido compartirlo. Tomad asiento (y abstenerse personas sensibles):
“Me gustaría ver si puedo hacer que el ser humano evolucione más rápido de lo que la naturaleza permite”. Así, define Shawn Sarver, el protagonista de cresta y bigote, su implicación en este tipo de investigación. Él, junto con su colega Tim Cannon, forma parte de los biohackers, este grupo de techies que no se conforma con un teléfono de última generación en el bolsillo: lo prefiere integrado en su propio cuerpo. Igual que ocurrió con gigantes de la informática como Microsoft o Apple en sus inicios, ambos trabajan e investigan en sus propios garajes.
El dedo magnético
Todavía es un poco pronto para aspirar a convertirse en semirobots, pero Sarver, Cannon y otros apasionados han dado los primeros pasos. En el vídeo, vemos cómo se le implanta a Sarver un imán de neodimio, un metal «raro» en uno de sus dedos. Los imanes que integran este elemento son los más poderosos creados por el hombre y, en el cuerpo humano, sirve para detectar campos electromagnéticos cercanos.
Tim Cannon admite que es difícil que estas prácticas sean aceptadas por una gran parte de la sociedad en el momento actual, pero está convencido de que con el paso del tiempo, esta percepción cambiará. Él mismo se ve como un pionero. No es, tal vez, la idea de cíborg que aparece en muchas películas de ciencia ficción, pero sí supone un gran paso. Algo que la literatura ya avanzó en personajes míticos como el Frankenstein de Mary Shelly o, como vocación más interestelar, el gran Darth Vader en la saga de la Guerra de las Galaxias.
Imagen: kiobolas.com.