Smartwatches, gafas inteligentes, pulseras cuantificadoras, y más novedades por llegar. Pero falta cumplir el gran reto: mejorar la autonomía de los gadgets, desde smartphones a tablets, para continuar con esas novedades.
A nadie se le escapa que los días en los que llevábamos un teléfono móvil en el bolsillo para enviar y recibir llamadas y SMS, y poco más, quedaron atrás hace mucho. Hoy, donde (casi) nadie sale de casa sin su smartphone encima, vivimos permanentemente conectados. A niveles mucho mayores que hace unos años, cuando tener acceso a internet las 24 horas en el bolsillo era una mezcla de utopía y «no es algo que yo necesite», o con la figura de las PDA reservadas a un nicho específico de usuarios y sin un recorrido exitoso. Somos localizables en cualquier momento del día a través de varias vías: WhatsApp, BBM, iMessage, Twitter, correo electrónico…
La forma de rizar el rizo es serlo a través de varios dispositivos. De la implantación a gran escala de internet a través de los ordenadores y la popularización de las redes sociales pasamos a la etapa multidispositivo: primero con un ordenador, luego le sumábamos un smartphone, y en última instancia, una tablet. Las primeras hornadas de usuarios en hacerse con este trío tenían la sensación de tener el trío completo. Pero por supuesto, esto no acababa aquí.
2013 ha sido el año en el que hemos visto más y más dispositivos que tienen más de accesorio que de dispositivos por sí mismos, con los smartwatches a la cabeza. Modelos como el Samsung Galaxy Gear, el Sony Smartwatch 2, el Qualcomm Toq o el Pebble, entre otros, han llegado para convertirse en una extensión de nuestro smartphone, un paso intermedio para interactuar con él sin necesidad de sacarlo del bolsillo o la mochila.
Otra figura de la wearable technology: Google Glass, quien parece que a finales de 2014, ahora sí, llegará como producto comercial para usuarios finales. ¿Más? Por ejemplo, una patente de Sony para una peluca inteligente que también estaría emparejada con nuestro smartphone. Una nueva generación de productos, algunos ya asentados en el mercado, bajo la matriz de esa misma wearable technology.
Entre los muchos retos que presenta esta tecnología y estos nuevos dispositivos, uno por encima de todos los demás: volverse invisible. Dicho de forma resumida, trabajar en segundo plano lo máximo posible y no dar la sensación de ser un complemento tedioso al que atender a la fuerza cada poco tiempo. Integrarse en nosotros. Por ejemplo, lo logrado por las pulseras cuantificadoras que miden nuestra actividad física o nuestros períodos de sueño, entre otros, que no son más que una pulsera discreta como podría serlo cualquier otra no-electrónica. Como dijo Sonny Vu, fundador de Misfit Wearables, «quizás el wearable 1.0 trataba de que te parecieras a Iron Man y el wearable 2.0 va de intentar convertirte en el Hombre Invisible».
Parte de esta integración, de esta invisibilidad, pasa por tener una autonomía de varios días, como mínimo. La autonomía actual de Google Glass es de 4 a 5 horas de uso intenso. Por supuesto, hablamos de un producto en fase de desarrollo a día de hoy que sigue afinándose antes de llegar al mercado, pero da una pista sobre la importancia capital de la autonomía en nuevo producto electrónico: cada día hemos de cargar smartphone, ordenador, y quizás tablet, lo cual supone un trabajo considerable. Pero si además tenemos que añadir a la regleta enchufes para cargar smartwatch, pulsera cuantificadora, gafas inteligentes y quién sabe si hasta peluca inteligente, la comodidad tiende a cero, sobre todo porque tenemos que quitarnos y ponernos accesorios que se integran (o lo intentan) en nuestro propio cuerpo o en nuestra ropa.
Quizás por ahí debería ir el próximo movimiento de las grandes tecnológicas: mejorar la autonomía de sus productos antes de seguir lanzando nuevos productos. Hacer que no tengamos que salir de casa con el cargador del smartphone si sabemos que no volveremos en muchas horas, o crear un smartwatch con una autonomía de muchos días, cuando no semanas.