Se llama basura electrónica o basura tecnológica a los residuos que tienen su origen en componentes o aparatos eléctricos y electrónicos. Rotos, irreparables, inservibles, obsoletos… La tecnología avanza muy deprisa y, como ocurre con cualquier ámbito de la economía actual, su rápido progreso deja por el camino toneladas de residuos. La buena noticia es que conocemos las alternativas para reducir esa basura: restaurar, reutilizar y reciclar. La mala noticia es que no se hace correctamente. En 2019, solamente se trató correctamente el 17 % de la basura electrónica.
Televisores, pantallas de ordenador, torres de ordenador, teléfonos móviles, inteligentes o no, tabletas, equipos de sonido, neveras y frigoríficos, ventiladores y aires acondicionados, juguetes electrónicos, maquinaria industrial, médica o de otros sectores… La lista es interminable. Y lo peor de todo es que lo que llamamos basura electrónica tiene un valor. En el mejor de los casos, sus componentes se pueden aprovechar. Y en el peor de los casos, los materiales con que están hechos se pueden reutilizar. En ambos, el objetivo último es crear nuevas máquinas.
Pero por motivos varios, principalmente su viabilidad económica, toneladas de basura tecnológica acaba en vertederos tecnológicos. Muchas veces en países donde no se generó esa basura. Una oportunidad perdida para recuperar componentes y materias primas en vez de contaminar el planeta con materiales dañinos como el plomo, el mercurio, el cadmio, el azufre y otros muchos.
Oportunidad donde muchos ven un problema
Solo hay que mirar la naturaleza. Lo que los humanos consideramos residuos, restos o deshechos, otras especies animales o vegetales encuentran ahí alimento. Una cadena trófica sin fin que podemos aplicar a nuestro sistema económico para hacerlo más sostenible. La idea de que todo se aprovecha ha calado en cierta manera, de ahí la popularidad de las tres R (reducir, reciclar y reutilizar), pero ocurre un problema. No todos los deshechos son incorporados a la naturaleza con la misma celeridad con la que nosotros los consumimos. O dicho de otra forma, los materiales acumulados en un vertedero tecnológico tardarán décadas o siglos en ser reabsorbidos. Por el camino, cada día extraemos toneladas de esos materiales de las minas para seguir creando, con el tiempo, más basura electrónica.
Lo más paradójico es que muchos de esos materiales que encontramos en el interior de teléfonos inteligentes y televisores son escasos y complicados de encontrar. ¿No sería más fácil extraerlos de dispositivos obsoletos o abandonados que seguir extrayéndolos de lugares remotos con resultados desastrosos para sus ecosistemas? Curiosamente, ya hay materiales líderes en el reciclaje como el acero, el aluminio, plásticos como PET (tereftalato de polietileno) o HDPE (polietileno de alta densidad), vidrio, papel u otros menos conocidos como el hormigón, el aceite de motor o las baterías de plomo ácido.
Volviendo a la basura electrónica, fabricantes como Apple cuentan con un programa para alentar al cliente que devuelva dispositivos que ya no utiliza. Según la antigüedad del mismo y su estado, recibirá un dinero a cambio para adquirir nuevos productos. Incluso si el cliente no recibe nada a cambio, una empresa externa se encargará de separar los componentes para recuperar materiales que servirán para crear nuevos dispositivos. Además, cada nuevo producto emplea materiales reciclados. Esta estrategia no es la solución perfecta, ya que cada año se lanzan decenas de nuevos modelos de dispositivos Apple, pero al menos se intenta dar un segundo uso a éstos.
¿Reciclar cuando ya no se pueda extraer?
Todo apunta a que determinadas prácticas no se extenderán hasta que no sean la única solución posible. Millones de personas dejaron de utilizar sus vehículos solamente cuando fueron obligadas a guardar cuarentena en sus hogares. Y el tráfico marítimo y aéreo de personas y mercancías también redujo su flujo durante estas cuarentenas, viendo los beneficios para el planeta en pocos días. Pero el sistema económico mundial está creado para que no pare. Si lo hace, el daño puede ser cuantioso.
Así que la única esperanza para determinados sectores productivos es que se queden sin materias primas y tengan que reciclar las que ya hay diseminadas en vertederos electrónicos. Por ejemplo, más del 60% del oro que hay en la tierra ha sido ya extraído. Cuando no quede más oro en las minas, ¿serán los vertederos las nuevas minas? ¿Lo mismo ocurrirá con otros materiales preciosos como el estaño, el paladio o el cobre?
En este aspecto, hay un problema añadido. Los principales países generadores de basura electrónica llevan años transportando estos residuos a otros países, en los que las leyes sobre medioambiente son más laxas. En ese transporte, se pierde la pista. Con lo cual será difícil saber dónde encontrar los materiales que se van a agotar en las próximas décadas. Por otro lado. Países que antes recibían esos residuos, como China, India o países africanos como Nigeria, llevan años rechazando algunos de esos envíos, lo que a su vez lleva a que toneladas de basura electrónica se acabe quemando, y generando gases contaminantes, o desechando directamente en los océanos.
Un futuro en el que hay que pensar desde ya
Dicen los expertos que desde el año 2000, la basura electrónica ha aumentado de 20 millones a 50 millones de toneladas por año. Y si esto sigue así, hacia 2050 habremos alcanzado los 111 millones de toneladas de basura tecnológica por año. Eso si no acabamos antes con los materiales necesarios para fabricar máquinas y dispositivos electrónicos. Sea como fuere, todos los expertos coinciden en que son necesarios ciertos cambios a nuestro sistema económico de producción. Y algunos hablan de cambios drásticos.
En el lado optimista, tenemos que el avance de la tecnología en sí misma está encontrando alternativas más eficientes a nivel energético y de uso de materiales. Ya hay quien promueve el reciclaje de dispositivos y gobiernos de todo el mundo legislan al respecto. También se están encontrando fórmulas para recuperar los materiales y que vuelvan a ser útiles.
En el lado negativo, la rueda de la fabricación constante de dispositivos no cesa. Y no damos abasto para reciclar toda esa montaña de basura electrónica. Solo en smartphones, cada año se lanzan al mercado decenas de nuevos modelos de dispositivos. Los anteriores se vuelven obsoletos y muchos acaban siendo desechados a pesar de seguir funcionando.
Una de las soluciones más aceptadas entre expertos y científicos es que la economía actual se adapte a un sistema circular. La economía circular, fiel reflejo del funcionamiento de cualquier ecosistema que encontramos en la naturaleza. No se generan residuos, estos pasan a formar parte de la economía en un círculo sin fin. Pero para que esa economía funcione deben cambiar muchas cosas en la economía de crecimiento lineal actual. Tampoco ayudan los conflictos bélicos, las pandemias ni las crisis económicas. En situaciones adversas, el sistema económico mundial se defiende volviendo a las viejas prácticas.
Para terminar con algo optimista. En ámbitos locales y regionales se llevan a cabo iniciativas a pequeña o mediana escala que tienen que ver con dar una segunda vida a electrónica obsoleta, reciclar materiales que hasta ahora no se reciclaban por ser inviables económicamente, promover la economía circular, aunque sea en pequeñas áreas o comunidades, etc. En parte, iniciativas pioneras que, si se hicieran a gran escala, darían resultados sorprendentes.