Los seres humanos contamos con la mayor capacidad de memoria del reino animal. Lo que ha supuesto un hecho decisivo en el desarrollo tecnológico de nuestra especie.
Quizá el ser humano creara las máquinas a su imagen y semejanza, como si de un texto bíblico se tratara. O quizá simplemente los hombres antiguos diseñaran sus objetos o herramientas, la tecnología actual a fin de cuentas, con el objeto de hacerse la vida más cómoda. Sin ninguna pretensión de comparación de fondo o forma.
La única certeza que tenemos es que la tecnología ha sido creada. No ha brotado ex nihilo de la naturaleza, sino que hemos sido nosotros los que gracias al desarrollo de la civilización, milenio tras milenio, hemos podido concebir lo que ahora consideramos como futuro.
Dentro de esta dialéctica creativa, el ser humano ha ido acumulando millones de datos. Información que hemos ido almacenando en nuestro propio repositorio natural llamado cerebro. Un órgano que siempre está despierto, donde millones de células, en este caso llamadas neuronas, se conectan entre sí a la velocidad de la luz, con el fin de crear conexiones entre iguales para generar recuerdos o memorias.
La capacidad humana para la memoria
La memoria humana, al igual que la de las máquinas, se puede medir. No de una manera exacta como la de éstas, pero sí aproximada. El ser humano es capaz de almacenar alrededor de 100 terabytes de memoria, o, lo que es lo mismo, 100.000 gigabytes de recuerdos, experiencias, conocimientos, etc. Todos ellos embutidos en nuestra cabeza gracias a las antes citadas neuronas.
Una de las cuestiones más importantes de esta «hazaña animal» es la terminología que hemos usado. Cómo el lenguaje que en un principio se ha establecido como tecnológico o científico ha transcendido en su significado y ha pasado de ocupar lugares estrictamente técnicos a llegar a ser usado como concepto dentro de ambientes sociales como los que designan ideas acerca de los recuerdos y la memoria.
Por lo tanto, la idea principal es esa, cómo la nomenclatura y el propio lenguaje, inherente al ser humano, han sido capaces de unir preceptos, en este caso naturaleza y tecnología. O, lo que es lo mismo, difuminar aún más la fina linea existente entre creaciones y creadores.