Uno de los retos de la inteligencia artificial es lograr que la actividad de una máquina se acerque a la que tiene lugar en el cerebro.
El cerebro humano es un sistema tan complejo que hoy por hoy supera todas las capacidades que pueden ponerse en una máquina. Tal vez no por cantidad, pues la potencia de cálculo de un ordenador es mucho más alta que la de una persona , sin embargo, cuando se trata de realizar tareas nuevas o adaptarse a nuevas situaciones la actividad neuronal bate por goleada a cualquier supercomputadora. Precisamente es esta cualidad de los seres vivos de dar una respuesta adecuada a un problema, aunque nunca antes se hayan topado con él, la que los científicos quieren implementar en las máquinas.
Con el fin de salvar las dificultades con las que se encuentran las máquinas, los científicos han decidido inspirarse en el cerebro como un sistema regulador, capaz de proporcionar una inteligencia más allá de la potencia de procesamiento y el manejo de la información. En concreto IBM ha apostado por la llamada computación cognitiva, cuyo objetivo, reducido a su esencia más básica, es que los ordenadores piensen de forma humana.
Si bien estamos muy lejos aún de equiparar un ordenador a un cerebro, la idea de la computación cognitiva es acercarse poco a poco al funcionamiento de este órgano. El estudio del cerebro habitualmente se hace en dos direcciones, una de ellas enfocada apoyar la medicina y el conocimiento biológico, mientras que la otra tiene la meta de imitar su actividad de forma artificial, es decir, aprovechar su elevado grado de perfección para construir máquinas más inteligentes.
El resultado es una mezcla de silicio y software inspirada por el cerebro, que bebe de tres ramas de investigación: la neurociencia, la nanotecnología y la supercomputación. Los ordenadores en los que el Cognitive Computing Group de IBM –el equipo que se ocupa de este campo dentro de la compañía– está trabajando se pertrechan de sensores, cámaras, micrófonos y otros dispositivos que recogen información del medio. Son los sentidos de la máquina, de la misma forma que un humano tiene su vista, oído, tacto, gusto y olfato.
Es el primer paso para que una máquina tenga control sobre su entorno: adquirir toda la información posible sobre el mismo; y de ello se ocupa la nanotecnología. El siguiente paso es procesar esa información y extraer de ella conclusiones útiles, una tarea para las supercomputadoras. A esta potencia de cálculo se le suma el papel de la neurociencia, que trata de desentrañar y simular el funcionamiento del cerebro.
En cuanto a las aplicaciones, los investigadores de IBM están pensando en máquinas capaces de buscar y encontrar a personas en situaciones de desastres, o bien, prevenir éstos. Uno de los ejemplos que han puesto son medusas artificiales que floten en medio del océano, reciban absorban energía solar y monitoricen absolutamente todas las condiciones de su entorno, pudiendo alertar con antelación sobre un tsunami.
Imagen: Grey cells