En internet acostumbramos a proyectar una imagen propia que no coincide del todo con la nuestra: es el "curated self". Los publicistas luchan contra ella.
Hace unos días se hacían eco en Idio de un aspecto curioso del mundo online: el curated self, que podría traducirse como yo filtrado para hacer referencia a la personalidad de cada individuo en Internet, que suele guardar pequeñas o grandes diferencias con el yo más sincero, con el auténtico. En Idio decían que ese el gran problema para las redes sociales a la hora de entender a sus clientes. Lo cual es a su vez la base para poder ofrecerles la jugosa publicidad segmentada y que acabe siendo eficaz.
En Idio de hecho citan a Jeremy Garner, quien ya en mayo de 2012 habló del curated self. ¿Por qué se caracteriza esta figura? Básicamente, porque en la red proyectamos la imagen que más nos gusta de nosotros, o incluso la que no tenemos pero nos gusta que nos represente. Esto aplica a casi cualquier servicio online. Hace unos años partíamos de algo más básico: escoger la foto en la que mejor salíamos para subirla a Flickr, Tuenti, Facebook, Picasa, etc. El curated self es el salto natural a lo siguiente. Escoger las canciones de una playlist de Spotify que vamos a hacer pública frente a otra playlist que preferimos ocultar, las páginas de Facebook a las que damos Me gusta y que simplemente lo reciben para que aparezca en nuestro perfil y nuestros amigos lo puedan ver. Los artículos que compartimos, los check-in en Foursquare, los vídeos que nos han gustado… Somos filtro de nuestro propio gusto.
Todo gira en torno a esa dualidad: lo que hacemos público y lo que no. En el caso de lo primero, distinguiendo entre lo que compartimos porque realmente nos ha gustado y lo que compartimos por mera autosatisfacción, por moldear la imagen que queremos proyectar de nosotros hacia el mundo. Por ejemplo, haciendo check-in en un local de moda o en restaurante de prestigio, pero no en un local de comida rápida. O compartiendo artículos de los que sólo hemos leído el título, o que ni siquiera nos interesan pero sí sabemos que a otro le gustará ver que lo compartimos, o tendrá una imagen nuestra más acorde a la que nos interesa.
En realidad esto no es algo nuevo ni exclusivo de internet, pero las redes sociales lo ponen bastante más fácil, en tanto son un escaparate permanente al mundo sobre el curated self que vamos puliendo poco a poco. Antes había que esperar a participar en foros de cualquier índole (excluyendo los online, claro) para poner nuestros dos centavos, para expresar nuestra afición por cierto tipo de literatura o música específica. Y claro, silenciar los gustos que sabemos no serán apreciados por la mayoría o al menos por el círculo en el que aspiramos a convivir.
El problema lo tienen las empresas de marketing y publicidad: ¿cómo saber a quién le gusta un producto al que la convención social dice que es mejor silenciar? O los que sencillamente no tienen motivo alguno para hacerse públicos. Aquí es donde tienen ventaja sobre todo los buscadores, que pueden aportar el equilibrio a las redes sociales. Pero a día de hoy no existe un actor que sea capaz de unir ambos mundos, de fusionar ambos comportamientos y conocer a fondo a su usuario. Claro que para el usuario, seguramente sea mejor así.