Uno de los grandes sacrificados por la era de la información es el derecho al olvido: cualquier movimiento de nuestro pasado puede ser accesible a través de buscadores como Google. Y luchar contra ello puede ser complicado, cuando no una utopía.
El mundo digital va tan rápido que a veces es complicado comprenderlo en su totalidad. No solemos tener la oportunidad de pararnos a ver la magnitud real de los cambios que estamos experimentando como sociedad global. Estamos en el principio de una nueva época. Hace quince años la situación era distinta aún y no teníamos que afrontar los retos que ahora sí. Uno de esos retos es resolver el problema de la huella imborrable que dejamos en Internet.
Cada comentario, cada foto, cada me gusta, cada gesto que dejemos en la red, probablemente estará ahí para siempre. En algunos casos será más fácil de controlar, y por tanto de eliminar. Por ejemplo, con un blog personal que un día decidamos borrar del mapa. Salvo que alguna otra web haya replicado nuestro contenido manteniendo también nuestro nombre como autor, no habrá mayor problema. Pero no todas las plataformas actúan así: en algunas como Facebook, nuestra información nunca se borra, sólo se oculta al público pero puede ser rescatable en cualquier momento. Y ahí entra el derecho al olvido en internet.
La dificultad aumenta cuando nuestros datos o nuestro pasado están en un portal ajeno a nuestro control: un periódico, un documento oficial, un foro de cualquier índole, un comentario remoto en una pequeña web. Hasta hace unos años, el Derecho al olvido estaba al alcance de cualquiera sólo con que pasara algo de tiempo. Ahora, todos sabemos lo que ocurre: con sólo buscar un nombre en Google, podemos acceder a toda la información que se haya publicado sobre él. A este problema se enfrenta todo aquel que tenga un pasado del que legítimamente quiera desligarse, o haya superado errores cometidos en ese pasado. Ahora, la información es perenne, y está a nuestro alcance en cinco segundos. Se pone en peligro así el derecho a la intimidad, al honor y a la propia imagen.
En una entrevista de trabajo, donde ya es un paso natural para el recruiter o el empleador rastrear el pasado del candidato vía Google, quien tenga un punto negro puede pagarlo caro. Por ejemplo, un embargo, una multa, un comentario fuera de tono o la acusación de un tercero por causas que quizás ya hayan sido resueltas, erróneas, o meros deslices que desgraciadamente quedan registrados para siempre.
Este es un reto bien complejo contra el que, al menos de momento, cada país tendrá que legislar de la forma que mejor considere y mejor pueda teniendo en cuenta la globalidad de la Red. En el caso español, la Ley Española de Protección de Datos Personales (LOPD) regula el derecho al olvido únicamente quedando ligado a los ficheros de morosos, de la siguiente forma en el artículo 29.4:
«Sólo se podrán registrar y ceder los datos de carácter personal que sean determinantes para enjuiciar la solvencia económica de los interesados y que no se refieran, cuando sean adversos, a más de seis años, siempre que respondan con veracidad a la situación actual de aquéllos».
Hace unos meses, en junio de 2013, el abogado general de la Unión Europea tomó parte en el caso de Google Spain contra la Agencia Española de Protección de Datos para dictaminar que entre el derecho al olvido y la libertad de expresión siempre debe prevalecer la segunda. Lo cual encarrila el futuro de este derecho: la mejor forma de luchar contra el derecho al olvido puede ser, en muchos casos, solicitar directamente al administrador de las páginas que muestren nuestro nombre y queramos desligar que haga lo que la Ley no le obliga, apelando a la empatía. Por otro lado, han nacido consultoras y servicios legales enfocados específicamente en esta tarea. En algunos casos, estará a nuestro alcance evitarnos problemas para el futuro en este sentido. En otros no dependerá de nosotros. Y ahí puede entrar la pelea de cada uno.