Robots, partículas o compuestos. La tecnología juega un papel fundamental para recuperar las zonas más afectadas por la contaminación silenciosa: la radioactividad.
El 26 de abril de 1986 la humanidad vivía el accidente nuclear más importante de la historia en Chernóbil, Ucrania. Durante una prueba se produjo un aumento desorbitado de la potencia en el reactor 4, lo que conllevó al sobrecalentamiento del núcleo del reactor. La explosión que se produjo emitió una radioactividad equivalente a más de 100 bombas nucleares, causando el fallecimiento directo de 31 personas, y afectando a más de 100.000 habitantes en Rusia, Ucrania y Bielorrusia. El cierre definitivo de la central se produjo en el año 2000, aunque todavía no ha sido desmantelada completamente y queda una zona de exclusión a su alrededor. Un agujero negro que no podía ser traspasado por nada ni nadie hasta ahora.
Ahora, la compañía ucraniana Rodina Energy Group Ltd. y la alemana Enerparc AG planean instalar paneles solares a apenas 100 metros del reactor que explosionó. Un proyecto en el que se invertirán inicialmente más de un millón de euros, pero que se aumentará hasta los 100 millones para generar, así, más de 99 megavatios de energía limpia.
La energía solar no se vería afectada por la radiación
El territorio afectado había quedado inservible para cualquier negocio. Ahora, la recuperación como zona verde es muy buena noticia para Chernóbil al devolver a la vida todo el territorio hasta ahora inutilizado. Pero la central ucraniana no es el único ejemplo de reconversión de zonas explotadas por el hombre. Este mismo año, China ponía en marcha la planta solar flotante más grande del mundo. En este caso, lo curioso es que se encuentra ubicada sobre una ciudad minera inundada.
¿Qué tecnología se emplea para combatir la radioactividad?
La reconversión de estas zonas sirve para paliar los efectos ocasionados por el hombre. Sin embargo, uno de los mayores enemigos de los desastres nucleares es la radiactividad. Aquí es donde entra en juego la tecnología. Desde Chernóbil hasta Fukushima han surgido numerosas técnicas que han ayudado a combatir esta contaminación silenciosa.
El primer avance en estos años ha sido el rediseño de los reactores nucleares. Los de Fukushima estaban dentro de un edificio de varias capas fabricadas con acero, por lo que en caso de accidente, los materiales expulsados quedarían atrapados en el interior de esta cavidad, evitando la emisión al exterior. Los robots han conformado una pieza clave para el desmantelamiento de los residuos radiactivos de Fukushima. Los primeros que se enviaron a la central eran finalmente destruidos por la radiactividad, pero hace unos meses Toshiba creaba a Mini Mambo; un pequeño androide que inspeccionará la central para localizar la cantidad de restos que quedan.
Mano a mano con este robot trabajarán unas partículas llamadas muones, usadas ya en el estudio de los volcanes. Estas servirán para realizar una radiografía de los reactores afectados y precisar la hoja de ruta del desmantelamiento.
En estos trabajos también se encuentra la empresa española Graphenano. La compañía ha puesto a disposición de los japoneses el óxido de grafeno para descontaminar la central y el agua de su interior. Esta tecnología agrupa a las partículas radiactivas en forma de sólido y las separa del agua.
La seguridad se refuerza con los desastres nucleares
Los desastres de Chernóbil y Fukushima han ayudado a mejorar la seguridad en las centrales nucleares. De hecho, el MIT ha diseñado plantas flotantes que soportarían terremotos, tsunamis y problemas de sobrecalentamientos en reactores.
La vida también puede surgir tras la radioactividad. La tecnología y la creatividad avanzan a pasos agigantados para devolver a la vida a aquellos lugares que quedaron en el lado oscuro y que hoy buscan una segunda oportunidad para resurgir de sus cenizas.