El fútbol, el último eslabón sin tecnología

El deporte rey, quizá el más seguido y el más practicado y, también, de forma sorprendente, el que aún tiene un mayor margen de adopción de tecnología para evitar absurdos errores: el fútbol.

La polémica ha saltado de nuevo tras el encuentro disputado hace unos días entre Manchester United y Huddersfield, donde el ya archiconocido VAR volvió a ponerse en duda.

Al filo del descanso, Mata recibía un balón al espacio que le ponía solo contra el portero, convirtiendo un gol que parecía legal. El colegiado del encuentro, Kevin Friend, decidió entonces detener el partido para consultar el VAR, una decisión totalmente justificada dada la importancia de la jugada y la duda generada al árbitro por el equipo que anotaba el gol.

El gol resultó anulado, pero la polémica saltó cuando el espectador pudo presenciar en televisión cómo se mostraban unas líneas de fuera de juego de la tecnología del videoarbitraje totalmente irregulares, muy poco creíbles y que despertaban aún más duda sobre la acción.

Tras una larga pausa para tomar la decisión, el gol resultó anulado, pese a que las imágenes (un tanto delicadas) mostraban que Mata no estaba en fuera de juego. Ese tanto suponía el 0-2 y casi la sentencia para el United.

Pero hablemos del VAR (Video Assistant Referee): un nuevo tentáculo tecnológico que viene a sumarse a algunas novedades que se han implementado durante los últimos años con menos o mayor éxito.

El uso del VAR es simple. Su empleo se inicia cuando el árbitro o un asistente consideran que hay una jugada polémica que debe ser revisada. Eso sí, solo pueden revisarse en goles, penaltis, tarjetas rojas o confusión de identidad a la hora de una amonestación.

El árbitro manda, los asistentes de vídeo reproducen la acción por televisión y se informa al árbitro principal de lo que han visto a través de los auriculares. Entonces el árbitro toma una decisión en función de lo que le comentan o bajo su propio criterio revisando la propia acción en una pantalla ubicada a pie de campo. Un proceso que, aunque debería ser ágil, resulta a veces eterno para deportistas y aficionados.

Otras tecnologías

Otra de las tecnologías que ha tratado de encontrar su hueco en el fútbol ha sido el denominado “ojo de halcón”; un proceso con mucha penetración y fantásticos resultados en otro deporte como el tenis.

El ojo de halcón consiste en una red de cámaras de alta resolución ubicadas en varios puntos del campo cuya finalidad es seguir la trayectoria del balón en todo momento, enviando una señal al reloj del árbitro cuando el balón ha sobrepasado la línea de gol, evitando así los denominados “goles fantasma”.

Este sistema ha sido implantado en terrenos de juego como el Camp Nou, donde la UEFA instaló 14 cámaras para la Champions League; en España, si hablamos de la competición doméstica, La Liga, todavía no se ha implantado dicha solución.

Tecnología para el aficionado

La española First V1sion, compañía pionera, ha desarrollado una tecnología por la que han colocado una cámara en las camisetas, ofreciendo así la posibilidad al aficionado de que, por un instante, se ponga en la piel del futbolista, sintiendo la sensación del deportista en primera persona, algo parecido a la sensación que nos produce una GoPro instalada en una bicicleta.
Y si hablamos de tecnología, no podemos dejar de hablar de robótica. En este sentido, el afamado futurólogo británico Ian Pearson asegura que, para 2030, el nivel tecnológico mundial será de tal dimensión que los árbitros podrán ser sustituidos por robots que minimicen los errores.

¿Pero qué opinan los que lo viven desde dentro?

Mauricio Pochetino, técnico de Tottenham Hotspur, ya ha mostrado su preocupación por la adopción masiva de tecnología en el deporte: “Si seguimos así, podemos matar este deporte que tanto queremos”.

Por otro lado, el siempre tajante José Mourinho considera que, con los «ajustes correctos, los árbitros podrían tomar decisiones justas». Parece sin duda esta última expresión la más adecuada y certera en este ámbito en el que una jugada puede suponer pérdidas millonarias y, por supuesto, una dosis menor de polémica de la nociva.

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