Cualquier emprendedor, antes de lanzarse a su aventura, se ha hecho con seguridad la pregunta: «¿Qué problema resuelve mi idea?». Sin ella, cualquier producto o servicio puede quedarse en un alarde tecnológico o en una solución adelantada a su tiempo. Buscamos cómo satisfacer las necesidades de nuestros clientes potenciales. Buscamos la idea (feliz o no) que nos lleve al éxito haciendo las cosas de una forma en la que nadie antes lo había hecho. Eso es innovar.
El pensamiento lateral para llegar a esa idea que nos hará destacar por encima del resto se basa en aprovechar aquello en lo que han innovado los demás para innovar uno mismo. Esta es una lección cuyo paradigma, según mi humilde opinión, es Levi Strauss, padre de los vaqueros o jeans. Levi Strauss, de origen alemán, llega a finales del siglo XIX a San Francisco, en plena fiebre del oro. En lugar de ponerse a buscar el precioso metal como los demás, analiza el ‘pain point’ de los emprendedores de la época y, tras montar una tienda de artículos para el buscador de oro, diseña en 1873 junto con Jacob David, un pantalón de lona marrón (similar a la usada en los toldos y carpas), que produce un ahorro significativo a los trabajadores por su resistencia al desgaste.
Este pantalón experimentará dos innovaciones adicionales: el uso de la tela mezclilla o denim, que es la característica azul de la que están hechos los jeans que todos conocemos; y los remaches de metal en las juntas de las costuras que reducen el desgaste de las mismas. Todo ello para generar un imperio textil que perdura hasta nuestros días.
La historia de Herr Strauss nos debe hacer reflexionar sobre qué consideramos innovación. Ni el concepto de pantalón, ni la tela denim, ni la necesidad de ropa resistente eran una novedad, pero Strauss supo combinar todo ello para conseguir un producto exitoso. Sin embargo la genialidad, a mi entender, llega por su forma de plantear el negocio: en lugar de centrarse en una hipotética obtención de oro, decide atacar las necesidades de los buscadores. Porque ellos sí son una realidad.
Leía hace no mucho una tira de Dilbert en la que ironizaba con las probabilidades de hacerse rico desarrollando aplicaciones vs. la probabilidad de que te toque la lotería. De alguna forma, en nuestros días se está produciendo una fiebre del App, y muchos invierten en ella su tiempo y su dinero por el efecto ‘megapepita’ de casos de éxito como Angry Birds. Obviamente muchas de estas aplicaciones realmente resuelven problemáticas del día a día y nos simplifican la vida pero, ¿quizá la innovación está en fabricar sudaderas con coderas reforzadas para los programadores? No lo creo. De todos es bien sabido que los programadores usan camiseta. Sigamos por tanto buscando la ‘killing app’.
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