El debate sobre la protección de nuestros datos se encuentra abierto y conviene preguntarse si la privacidad y la geolocalización son compatibles.
Sin duda, la geolocalización es una de las tendencias TIC que mayor peso está cobrando hoy en día, fruto tanto de la democratización de estas tecnologías (hoy en día presentes en todos los smartphones, tablets y coches del mundo) como de la aparición de modelos de negocio que han permitido rentabilizar una técnica hasta ahora reservada a unos pocos profesionales que tenían acceso a los antaño famosos –por su complejidad- sistemas de información geográfica (SIG). Dentro de este marco, habida cuenta de la necesidad de rentabilizar estos servicios, ¿podemos decir que privacidad y geolocalización son términos compatibles?
Cuál fue antes (si la extensión de la tecnología a una masa crítica o la forma de rentabilizarlo) es como hablar de si fue primero la gallina o el huevo pero lo que sí es relevante es que, sea como fuere, la privacidad de los usuarios está más expuesta que nunca.
En tanto que las redes sociales han promovido que la gente publique en dónde se encuentran en todo momento y que la curiosidad humana es infinita, la cantidad de información personal que llega a la Red se ha multiplicado de forma exponencial. Pero ello implica que millones de datos quedan alojados en servidores de compañías que, más allá del servicio que ofrecen a sus usuarios, tienen que ganar dinero con ese conocimiento y ello —en muchas ocasiones— implica vender la información a terceros.
El uso comercial de nuestras vidas es una práctica admitida por la regulación española, la cual en la Ley 15/1999 de Protección de Datos Personales, recoge que se puede hacer cualquier uso de estos datos siempre y cuando el usuario autorice “inequívocamente” ese uso. El problema radica en que no son pocos los que apenas leen las condiciones que recogen los contratos de las distintas apps, ni los permisos que exigen autorizar al cliente ni los propósitos con que usarán la información. Dicho de otro modo, la letra pequeña tan característica de los bancos se ha trasladado a comerciar a un nuevo escenario, el de comerciar con el lugar en que nos encontramos en cada momento.
La venta de publicidad dirigida a los dispositivos móviles es el principal objetivo en la mayoría de los casos, pero que a nadie le sorprenda que, en un par de meses, alguna empresa empiece a comercializar anuncios o campañas de marketing en el lugar físico, en el mundo real, en función de los datos obtenidos con la geolocalización. Al fin y al cabo, la carretera de información y publicidad es una vía de doble sentido.
¿Nos daremos cuenta en ese momento de hasta qué punto hemos cedido nuestra privacidad a las empresas? ¿Compensa esta pérdida de intimidad a cambio de tener acceso a apps tan útiles como Google Maps, Foursquare o Facebook Places? El debate está más encendido que nunca.
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