Qué es la inteligencia Artificial

Qué es la Inteligencia Artificial y cómo funciona

Hace una década, los gurús de Silicon Valley predijeron que el software se iba a comer el mundo. Y así lo hizo. Las compañías más valoradas del mundo eran las dedicadas al software, y todos los negocios pasaron a estar dominados por éste. Amazon pasó de ser una librería al gigante del comercio electrónico que es ahora, y Netflix de ser un videoclub a rivalizar con Hollywood. En esta década, todo será devorado por la Inteligencia Artificial. Tanto, que incluso se encargará de escribir el software.

Curiosamente, pese a su importancia, definir qué es la Inteligencia Artificial es igual de complejo que definirnos a nosotros. La propuesta clásica es que la IA es una simulación de la inteligencia humana dentro de unas máquinas. Otros dicen que es el simple estudio de las formas en las que algún agente puede percibir su entorno y ejecutar las acciones necesarias para cumplir con su objetivo.

También podría considerarse que la IA es una forma de replicar nuestra inteligencia transformando todos los problemas en una predicción matemática.

Ninguno de ellos se equivoca. La definición de Inteligencia Artificial sigue escribiéndose cada día.

Ya está presenta en nuestras vidas

De momento, estamos entrenando a la Inteligencia Artificial con el objetivo de reconocer y discernir figuras concretas en imágenes, transcribir audios a textos, traducir textos o encontrar la mejor ruta para volver a casa. Curiosamente, las tareas más complejas para nosotros, como detectar patrones, pensar jugadas de ajedrez o dibujar un cuadro, son las que con mayor éxito están siendo desempeñadas por las máquinas. Ya vivimos con ellas. Cada vez que retocamos automáticamente una fotografía en nuestro smartphone, la máquina piensa cómo hacerlo basándonos en su experiencia. Es el caso de Aura, la inteligencia artificial de Telefónica y a la que los consumidores pueden pedir recomendaciones de series o películas o abrir incidencias como si se comunicaran con otra persona sin esperar y sin horarios.

Y este es su encanto. Jeff Bezos, fundador de Amazon, explicó mejor que nadie qué es la IA:

«Durante las últimas décadas, los ordenadores han logrado automatizar tareas que los programadores han podido describir con reglas y algoritmos claramente definidos. Las técnicas de aprendizaje automático modernas nos permiten ahora realizar tareas en las que especificar las reglas precisas que hay que seguir para completarlas es mucho más difícil.»

La tecnología que soporta la IA: qué tenemos y qué necesitamos

Puntos clave de la Inteligencia Artificial

Pedirle a una máquina que realice una operación sencilla o que ordene una lista de nombres en orden alfabético es sencillo. Pero, ¿cómo programarla para que pinte un cuadro, componga una sinfonía o pueda diagnosticar qué le pasa al paciente tras observar una radiografía de su tórax? Con el aprendizaje automático. Esta disciplina permite enseñar a las máquinas a que aprendan a hacer cosas a través la experiencia. A través de miles o millones de ejemplos, la máquina aprende a detectar patrones y crea una generalización que pueda usar cada vez que se enfrenta a una tarea que no ha realizado antes.

Existen tres tipos de metodología:

  1. Aprendizaje supervisado: a la máquina se le muestran las opciones y las respuestas correctas tal y como lo haría un profesor en el colegio.
  2. Aprendizaje sin supervisión: a la máquina no se le dice qué es lo correcto y qué no lo es. Ella tendrá que decidir. Esta técnica permite descubrir patrones en los datos que un humano no podría detectar debido a la complejidad de cada muestra o el inabarcable número de ellas.
  3. Aprendizaje con refuerzo: la máquina tiene una meta, y según va resolviendo el problema se le va diciendo si va por el buen camino o no en forma de recompensa. Es un método similar al del adiestramiento de los perros policía.

Existen multitud de técnicas que todavía están siendo exploradas, pero las más populares y exitosas son las derivadas del aprendizaje automático. Con esta, todos los problemas se convierten en una predicción. Por eso las máquinas son tan buenas calculando qué materiales deben usarse en la construcción, cuál es el riego más eficiente en un cultivo según la geografía y clima o detectar tendencias o patrones complejos. Sin embargo, carece todavía de la inteligencia que tenemos desde niños, y tareas muy sencillas para nosotros, son harto complicadas para ellas. Puede ganar al campeón del mundo de ajedrez, pero es incapaz de realizar cualquier abstracción más allá. Solo son inteligentes para resolver los problemas que nosotros no podemos. Pensar en máquinas que piensen, sientan y decidan con total autonomía es todavía ciencia ficción.

De la ciencia ficción a la realidad: un poco de historia

Mucho antes de que se inventaran los primeros ordenadores, el ser humano ya fantaseaba con animar lo inanimado o la existencia de algún tipo de inteligencia artificial. Mary Shelley lo hizo con su novela Frankenstein, en la que el protagonista creó un ser racional capaz de sentir. Nos podemos remontar más aún en tiempo, pues ya en la mitología griega tenemos ejemplos de deidades que podían dar vida a estatuas. La palabra robot se originó hace más de un siglo cuando el checo Josef Čapek imaginó la creación de esclavos al servicio de los humanos.

Años más tarde, Alan Turing llegó a la teoría de que sirviéndonos solo de ceros y de unos podríamos simular cualquier proceso racional tras la invención de los primeros ordenadores programables. Esto inspiró a los científicos a pensar cómo se podría crear un cerebro electrónico recogiendo el testigo de los filósofos, que ya pretendían describir los procesos del pensamiento humano a través de símbolos manipulables mecánica y matemáticamente.

Se pensaba por aquel entonces que pronto las máquinas serían más inteligentes que nosotros, y que en una década ya lo lograríamos. Pero los científicos, y los gobiernos y empresarios que invirtieron en ello, subestimaron las dificultades que encontrarían por el camino. La inversión se paralizó, y se vivió lo que se conoce como el «AI winter», la congelación en el desarrollo e investigación de la inteligencia artificial.

La invención del iPhone y el auge de tarjetas gráficas con grandes capacidades de cálculo para los jugadores de videojuegos propiciaron un resurgimiento en el interés por la inteligencia artificial. El software era cada vez más importante, y por fin se encontró la técnica para que fuese útil en la práctica, el aprendizaje automático, los datos necesarios, gracias a Internet, y la potencia de cálculo gracias a las innovaciones de los chips.

Ahora nadie se pregunta si la IA funcionará, sino hasta dónde llegará para bien o para mal.

En qué punto estamos ahora

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Nos adentramos en la edad de oro de la inteligencia artificial. Ya no solo las grandes compañías invierten en su desarrollo, y en las universidades las investigaciones no hacen más que crecer en número y éxito. Los Gobiernos entienden su importancia, y casi todos los países desarrollados ya tienen un plan para su promoción y uso. Quien mejor esté posicionado en este campo, mejor posicionado estará en el panorama internacional. En medio de la escalada de tensiones entre China y Estados Unidos, el presidente chino Xi Jinping envió un mensaje de apoyo a los sectores de las tecnologías de la información e IA, calificándolos como los nuevos “motores” del futuro.

Las máquinas ya nos ganan al ajedrez, y nos enseñan a jugar mejor. También pintan y componen música e, incluso, saben respondernos de una forma tan humana que nos hacen preguntarnos si aquél que habla pueda ser o no humano. Nuestro genio creativo, que pensábamos divino, está siendo replicado por un ordenador. Él aprende mirando lo que hacemos, y luego predice lo que queremos con brillantes resultados. Se encarga de editar las fotografías que tomamos con nuestro smartphone sin que nos enteremos, y gracias a ella las redes sociales saben qué mostrarnos para que sigamos enganchados mirando anuncios dentro de ellas.

Peligros del futuro y retos que debemos tener en cuenta

Tendremos coches capaces de conducirse a sí mismos, huertos que sepan cómo regarse y ciudades que eviten las congestiones del tráfico controlando los semáforos y los desvíos analizando millones de datos en tiempo real. Tareas lejos del alcance de nosotros, meros y limitados mortales. Elon Musk dice que los robots y la IA acabarán con la pobreza, pero también aseguró que pueden ser el fin de la humanidad.

Seguimos lejos de lograr algoritmos de inteligencia general, es decir, de replicar nuestra inteligencia y que los robots aprendan como los niños. Pero también parecía imposible que una máquina pudiese pintar un óleo barroco en unos segundos. El ser humano reina sobre el resto de especies por sus capacidades intelectuales. Si la IA las supera, gracias a su potencia de calculo y asimilación de datos, nuestra supremacía podría verse amenazada. De la misma forma que el destino de los osos polares está ligada a nuestras acciones, el ser humano podría acabar subyugado por su propia creación.

Es un hipótesis tal vez más cercana a la ciencia ficción, pero el ser humano inventó la máquina de vapor y el avión. ¿Qué no podrá hacer una máquina con nuestros patrones de aprendizaje pero una potencia de calculo inmensamente mayor?

Regulación y ética de la IA: hacia dónde puede ir todo

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Prevenir estos posibles riesgos es uno de los focos de las compañías y los organismos gubernamentales. Pero resulta difícil definir cuál sería el método idóneo para comenzar a regularizar estos avances. Por una parte, ni los propios investigadores saben con certeza adónde llevará todo esto y, por la otra, lo que se considera ético o beneficioso en un país se considera como algo terrible en otro. Es un problema filosófico, no tecnológico. Además, regular tan pronto el desarrollo de la IA podría entorpecer la inversión, investigación y posibles beneficios para la sociedad.

Juzgar qué es bueno y qué es malo es complicado. Incluso un superordenador acabaría lidiando con problemas sin solución o dilemas sin respuesta como en la película 2001: Odisea en el espacio. Lo que sí podemos debatir es qué objetivos queremos conseguir mediante la ayuda de la IA y los métodos para hacerlo. De momento, hay enfoques que entusiasmas y otros que asustan. Todo dependerá de los límites que pongamos, porque no todo lo que se puede hacer es conveniente hacerlo.

Límites de la IA: humanos y tecnológicos

La IA ya está usándose para reconocer caras o entrometerse en nuestras vidas. También se usará para saber qué queremos en cada momento y mostrarnos el anuncio más relevante para incitar nuestro consumismo. De momento las máquinas no piensan ni sienten, solo predicen y calculan. Pero cuando hablamos, predecimos y, cuando escribimos o pintamos, lo hacemos inspirados en todo lo leído y lo admirado en el pasado.

La diferencia es que las máquinas han podido leer todos los libros jamás escritos. La IA puede ser la herramienta definitiva para comprender los misterios del hombre y del universo y crear una sociedad mejor. Pero también puede convertirse en el último paso a una terrible deshumanización del ser humano. Por eso es importante hablar de la IA y mantenernos informados: es lo próximo después del smartphone, y lo va a devorar todo.

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