Soy una madre soltera ucraniana que lleva viviendo en Barcelona desde abril de 2022 junto con mi hija de 6 años. Ahora tengo trabajo, amigos, un piso aquí y mi hija va al colegio. Formo parte de ese 28% de refugiados ucranianos afortunados que han conseguido trabajo en su país de acogida, según la Tent Partnership for Refugees. He recorrido un largo camino y la tecnología me ha ayudado mucho a empezar de cero en España.
No hubiera llegado a España sin la ayuda de mi smartphone
El 24 de febrero de 2022 la vida de millones de personas cambió de forma drástica, incluida la mía. El inicio de la guerra nos sorprendió a mí y a mi hija en Dahab (Egipto) donde estábamos de vacaciones. Nunca me hubiera imaginado diciendo las palabras «yo» y «refugiada» en una misma frase, pero ahí estaba yo, asumiendo esta nueva e insólita realidad. Una vez pasado el sobresalto inicial, me puse en contacto con todos mis parientes y mejores amigos en Ucrania a través de Viber, WhatsApp, Telegram y Facebook Messenger para asegurarme de que estaban sanos y salvos. Entonces empecé a pensar qué hacer. No podíamos quedarnos en Egipto. La cultura, el clima y el estilo de vida de allí parecían demasiado diferentes.
Una amiga mía se puso en contacto conmigo a través de las redes sociales y me explicó que los países europeos estaban acogiendo refugiados ucranianos. Me propuso unirme a ella y a un grupo de amigos que se dirigían a Portugal. Esta resultó ser una historia bastante común ya que, según ACNUR, desde el comienzo de la guerra se ha registrado la llegada a toda Europa de más de 7,8 millones de refugiados procedentes de Ucrania. El 87 % de ellos son mujeres y niños.
Al principio, la oferta sonaba tentadora, pero enseguida recordé que, tras pasar unas maravillosas vacaciones en España en 2012, quedé enamorada del país, de la gente, de la cultura, de la comida y del clima y quería volver algún día. Además, durante los últimos dos años había estado estudiando español como pasatiempo mediante una aplicación en mi smartphone.
Así, tomé la decisión de ir a España. Pero, ¿a dónde exactamente? ¿Dónde nos alojaríamos? ¿Qué comeríamos? No conocía a nadie que pudiera ayudarme. Empecé a buscar en redes sociales, como Facebook y Telegram, uniéndome a todos los grupos públicos importantes. Resultó que había organizaciones de apoyo a los refugiados que ayudaban con las necesidades básicas de las personas, pero también había muchas familias españolas que acogían a refugiados ucranianos en sus casas, para lo cual se inscribían en distintos portales online creados en el momento.
Pocos refugiados conocían estos portales, por supuesto. Por este motivo, muchos expatriados ucranianos se ofrecieron voluntarios para poner en contacto a familias de acogida con refugiados que necesitaban un hogar a través de mensajería online. Sabía que una familia sería la opción más adecuada para poder adaptarnos y asimilar la cultura local más rápido. Así que, gracias a un voluntario, encontré una familia increíble con la que convivimos varios meses y que nos ayudó a regularizar nuestra situación, a escolarizar a mi hija y a conocer a muchas otras personas maravillosas.
Estatus de protección temporal
Para obtener un estatus legal en España, los ucranianos tenían que concertar una cita en la Fira de Barcelona mediante llamada telefónica. Después de haber esperado algo menos de un mes para nuestra cita, en apenas un par de horas mi hija y yo recibimos el estatus de protección temporal junto con el número de la seguridad social, el permiso de residencia y el permiso de trabajo. Fue entonces cuando pude empezar a buscar un empleo.
Según el informe de ACNUR, los obstáculos más comunes por los que los ucranianos no consiguen integrarse en el mercado laboral son, «el desconocimiento del idioma local» (65 %); «el acceso limitado a cursos de idiomas»; «la falta de reconocimiento de la formación laboral» y «el acceso limitado a guarderías». Nosotros nunca planeamos marcharnos, no estábamos preparados e incluso, aunque la vida en el país de acogida se hiciera difícil, no podríamos rendirnos y volver a casa, a menos que queramos ponernos a nosotros y a nuestros hijos en peligro de muerte. Mientras esperamos que Ucrania gane la guerra, apoyamos a nuestro ejército todo lo que podemos y seguimos las noticias en nuestros ordenadores y smartphones… La vida no se detiene.
Los primeros meses con nuestra familia de acogida consistieron, sobre todo, en agradecer haber sobrevivido. Estábamos muy contentas de tener camas calientes, comida deliciosa, que no hubiera misiles volando sobre nuestras cabezas, de disfrutar del clima y de poder admirar el estilo de vida y la cultura local. Pero, con el tiempo, la falta de espacio personal, las limitaciones a la hora de elegir cómo pasar el tiempo libre, además del ser consciente de que lo único que uno hace es recibir y no aportar gran cosa, empezaron a pesar.
No se puede vivir eternamente de la amabilidad de las personas, aunque esta sea ilimitada. El trabajo es una de las cosas que marcan la diferencia entre la vida y la supervivencia, entre marcar tu propio camino o dejarse llevar pasivamente por la corriente. El trabajo es la base para crear un hogar propio, proporciona independencia, autoestima, realización, derecho a elegir cómo vivir y qué hacer en el tiempo libre. Sobre todo, quería convertirme en un miembro de pleno derecho de la sociedad.
Mercado laboral español
Para encontrar trabajo me puse en contacto con el Servicio Público de Empleo español y con organizaciones no gubernamentales locales que ayudan a las personas a encontrar trabajo. En reuniones organizadas especialmente para ucranianos, me explicaron cómo funcionaba el mercado laboral español en general, me facilitaron la suscripción a sus portales de empleo y me sugirieron puestos concretos que parecían adecuados para mí. Los puestos eran interesantes, pero como tenía que convertirme en la fuente de ingresos no solo para mí, sino también para mi hija, tuve que rechazarlos e intentar encontrar un trabajo a tiempo completo y con una remuneración más alta. En cuanto a los portales de empleo, francamente tuve poco éxito con ellos.
Viniendo de Ucrania, un país bastante avanzado en lo que a tecnologías de la información se refiere (según codeinWP, antes de la guerra, Ucrania se consideraba la segunda mejor opción para la subcontratación de servicios informáticos), los portales de empleo locales me parecieron bastante poco sistematizados. Todos los puestos vacantes suelen aparecer uno tras otro sin poder filtrarlos por sector o profesión específica u otros criterios. Por ejemplo, intenté y no conseguí encontrar trabajos que exigieran conocimientos de inglés, la mayor ventaja que creo que tengo en el mercado laboral. Y me frustró bastante descubrir que ninguna de las bases de datos de empleo más utilizadas lo permite. De este modo, una persona que busca trabajo tiene que consultar a mano todos los puestos uno por uno, independientemente de si está cualificada para desempeñar esas funciones o interesada en ellas.
Por otro lado, sería injusto no mencionar que, en lo que se refiere al trato con personas, casi siempre que acudo a servicios de apoyo, les cuento mis dificultades y les pido un poco de ayuda extra, suelen hacer todo lo posible por echarme una mano, me explican las cosas despacio y con claridad. Pero esto es lo que tiene la tecnología: normalmente, la persona está sola con su ordenador y su teléfono, sin nadie que le ayude y le sugiera la consulta de búsqueda adecuada.
Al final conseguí encontrar un trabajo que, de hecho, se basa mucho en mis conocimientos de inglés, en el que me pagan lo suficientemente bien como para poder alquilar una vivienda. Un amigo me recomendó que presentara mi candidatura a través de WhatsApp. Ahora teletrabajo y la tecnología me ayuda cada día a desempeñar mis funciones: celebramos reuniones online, chateo en Slack con mis compañeros e incluso firmo documentos a distancia. Nada de esto sería posible sin la tecnología. Así, no cabe duda de que la tecnología es una herramienta útil, pero son las personas que la utilizan las que marcan la diferencia.
Imagen de cabecera de Brand Factory.