El divulgador científico parece ocupar un lugar secundario comparado con la tarea del investigador de primera línea. No obstante, la divulgación es el vector necesario entre la profundidad especializada de cualquier doctrina y el público en general, inexperto en la materia en cuestión. Supone la habilidad de convertir en información intuitiva e inteligible lo que en principio resulta inaccesible sin una sólida base de conocimiento formal en una determinada disciplina.
La ciencia en general, y muy en particular la astrofísica, ha conocido grandes divulgadores, como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke , y también grandes científicos que han intentado simplificar su discurso para que llegase a todo el mundo, como hicieron Stephen Hawking con su libro Breve historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros y anteriormente Carl Sagan con su popular serie televisiva Cosmos.
Otras disciplinas de reconocida complejidad, como puede ser la filosofía, también tienen sus puentes hacia la sociedad. El polifacético ingeniero italiano Luciano de Crescenzo publicó en la década de los ochenta una amena y accesible relación del pensamiento en la Grecia antigua en dos volúmenes, y el escritor noruego Jostein Gaarder convirtió con bastante salero la historia de la filosofía universal en una novela para niños con El mundo de Sofía.
La tecnología, al igual que las ciencias puras, también necesita divulgadores. El caso de las telecomunicaciones es especialmente relevante dada la avasalladora presencia que han adquirido en las últimas décadas dentro de todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Todos nosotros, pero especialmente aquellos que no han vivido otra época que la digital, deberíamos saber cómo se ha llegado a esto que conocemos como sociedad en red. ¿De dónde viene? ¿Cuál es el origen de los sistemas y dispositivos que utilizamos hoy en día para comunicarnos?
El catedrático de Historia de la ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española, José Manuel Sánchez Ron, ha asumido recientemente el papel de divulgador tecnológico con la publicación del volumen Pequeña historia de las telecomunicaciones, un libro ilustrado que hace un recorrido por la historia de la comunicación desde la aparición de los lenguajes hasta Internet y los smartphones, pasando por otros sistemas como la telegrafía (óptica y eléctrica), el teléfono, la radio, la televisión y las telecomunicaciones espaciales.
Sánchez Ron mezcla en su obra la ciencia con aspectos relacionados con la tecnología y con la sociedad. A su juicio, la ciencia necesita para evolucionar el interés de la gente por conocer más, por desear crear las condiciones para vivir mejor y que sus hijos vivan mejor. Éste es un poderoso argumento a favor de la divulgación.
Un ejemplo curioso de conocimiento o ciencia aplicada que aparece como anécdota en el libro es el de Galileo y el telescopio. Galileo Galilei construyó un modelo de telescopio sobre un invento previo que había visto, de hecho no lo inventó él. Sus observaciones astronómicas con dichas lentes de aumento aportaron a la ciencia la demostración empírica de las teorías de Nicolás Copérnico, es decir, que es la Tierra la que gira alrededor del sol y no viceversa: la observación de la superficie rocosa de la luna, los satélites de Júpiter, las fases de Venus o los anillos de Saturno (aunque a juzgar por sus dibujos no supo determinar lo que eran). Lo llamativo es que antes de pensar en la observación de las esferas celestes Galileo se lo ofreció, con fines lucrativos, al dux de Venecia, Leonardo Donato, como herramienta militar estratégica para detectar navíos enemigos con horas de antelación.
Otra anécdota interesante que refiere Sánchez Ron en el libro es la relativa al descubrimiento de la radiación de fondo del Big Bang en 1963, con una antena de comunicaciones, por los técnicos de los Laboratorios Bell Robert Wilson y Arno Penzias. La antena era originalmente utilizada para la comunicación con el satélite Telstar y Penzias y Wilson empezaron a detectar en ella una radiación suplementaria independientemente de la dirección a la que ésta se dirigiese. No parecía proceder ni de la atmósfera, ni del sol, ni de la galaxia, ni tampoco era debida al mal funcionamiento de la antena. Estas observaciones fueron interpretadas por científicos de la Universidad de Princeton como la radiación de fondo del universo primitivo tras la gran explosión que le dio origen: Penzias y Wilson recibían señales de la Creación…
También aparece en la obra la telegrafía óptica, basada en torres que van transmitiendo un mensaje unas a otras a través de signos, un sistema previo a la aparición de la telegrafía eléctrica con hilos. Destacar en este sentido que Fundación Telefónica restauró en el año 2002 la Torre de Adanero (Torre nº11 de Telegrafía Óptica) de 1846 dentro de su línea de actividad de conservación del patrimonio de telecomunicaciones español.
En suma, Pequeña historia de las telecomunicaciones es una obra amena a la par de didáctica, escrita con un lenguaje fresco y directo, que pone su granito de arena para que todo el mundo pueda entender este mundo tan técnico y aparentemente reservado en exclusiva para ingenieros e informáticos. Por otro lado, las magníficas ilustraciones de Jacobo Fernández que acompañan al texto le aportan al libro una dimensión lúdica y cercana que incrementan su atractivo para el lector.
Imágenes: Carlos Muñoz