Percibir, entender y procesar las emociones ajenas es fundamental para el buen hacer de los equipos de trabajo. Mejorar esta capacidad ayudará a contar con empresas más humanas
Hace unas semanas Mercedes Núñez nos contaba cuál era el secreto de la felicidad laboral. Por mucho que pensemos que nuestra satisfacción en el trabajo debe medirse en términos económicos, lo cierto es que, como suele suceder, la realidad es mucho más compleja de lo que creemos.
De este modo, la felicidad en nuestro desarrollo profesional presenta múltiples caras, entre las que destaca formar parte de un entorno saludable, además de contar con instalaciones adecuadas, un buen horizonte laboral y la posibilidad de conciliar nuestra vida personal con el trabajo, entre otros muchos factores.
Pero, sin lugar a dudas, tener la posibilidad de desenvolvernos laboralmente en un hábitat agradable también depende a su vez de varios parámetros: contar con buenos líderes al mando de la compañía y un equipo de trabajo que facilite las cosas o recursos, suelen ser factores que no olvidamos mentar. En los casos en los que hablamos de nuestro desarrollo profesional, muchas veces se cita ese extraño concepto de la inteligencia emocional. ¿Existe en realidad? ¿O es solo un mero invento de algún coach inspirado?
Hoy analizamos este concepto desde una perspectiva científica, y cómo puede impactar en nuestra vida personal y profesional. ¿Qué es la inteligencia emocional?
El término ‘inteligencia emocional’ fue acuñado en 1990 por Peter Salovey y John D. Mayer y según los últimos estudios en psicología, se trata de un concepto firme, pero no rígido. En otras palabras, aunque la genética y las experiencias que hayamos vivido durante nuestra infancia definan en parte cómo somos, lo cierto es que hoy sabemos que la formación y el entrenamiento pueden ayudarnos a mejorar.
Esta idea no supone que todos vayamos a mejorar una vez que participemos en un programa de coaching para mejorar nuestra inteligencia emocional. No siempre damos con el mejor profesor. No siempre somos los alumnos más brillantes en los talleres. Adaptarse no es fácil, y más si lo hacemos en el terreno psicológico. Para ello, la fuerza de voluntad y las ganas de mejorar han de ser nuestra principal máxima. Pero, ¿sirve de algo esto en el terreno laboral?
Un artículo publicado hace unos días en Harvard Business Review apuntaba que el desarrollo de la inteligencia emocional podría ayudarnos efectivamente en el trabajo. En particular, el post hablaba de que un entrenamiento de este término psicológico mejora el potencial emprendedor de las personas, su talento y liderazgo, su satisfacción, felicidad y éxito profesional. Incluso, el mencionado blog citaba que la inteligencia emocional también podría tener cierta relevancia sobre nuestra salud.
¿En qué consiste la inteligencia emocional?
Una investigación publicada en 2009 en la prestigiosa revista PNAS definía la inteligencia emocional como la serie de competencias que nos permitían recoger información sofisticada sobre las emociones y estímulos relacionados, que luego usaríamos como guía para determinar nuestro pensamiento y comportamiento.
En psicología, se discute mucho sobre si la inteligencia emocional y la cognitiva debían formar parte de la denominada ‘inteligencia general’, aunque los últimos debates apuntan a que deben considerarse de manera separada e independiente, ya que la inteligencia emocional enriquecía parte de nuestras capacidades personales. Dado que nos ayuda a enfrentarnos en cierta manera a nuestra integración social diaria, es intrigante pensar qué es lo que determina esta habilidad.
Por ahora, a nivel neurocientífico no existe una respuesta definitiva sobre la localización cerebral de la inteligencia emocional. Lo que sí sabemos por ahora son las áreas en las que se desenvuelve esta destreza, y podemos describir cuatro campos importantes:
- Percibir emociones es la etapa más básica para interpretar los estímulos que nos rodean. Si no somos capaces de recibir las sensaciones a nuestro alrededor, entonces es imposible que podamos procesarlas y actuar en consecuencia.
- Utilizar las emociones como hoja de ruta en nuestras actividades cognitivas y pensamientos.
- Entender las emociones. No sólo se trata de percibirlas y tratar de procesarlas, también es fundamental ponerse ‘en la piel del otro’ y trabajar y desarrollar nuestra actividad en consecuencia.
- Gestionar las emociones. A esto nos referíamos en el tercer punto: responder de la forma más adecuada a las emociones de la otra persona y de nuestro propio yo, realizando un balance entre lo que pensamos, queremos decir y quieren escuchar de nosotros. Complicado, ¿verdad?
Quizás el autor más conocido sobre inteligencia emocional sea el psicólogo Daniel Goleman, quien popularizó este término gracias a su libro «Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ». En esta publicación, el norteamericano llega a afirmar que nuestro éxito en la vida dependerá en buena parte de la inteligencia emocional.
¿Podemos mejorar nuestra inteligencia emocional?
Según muchos científicos, sí, es posible. Podemos ser capaces de formarnos específicamente sobre ello, tender la mano sobre la otra persona, apoyarnos mutuamente y sacar adelante ese trabajo mediante la felicidad laboral que mencionábamos anteriormente. Un término psicológico complejo, al que le quedan aún muchos estudios por definir de manera completa.
A pesar de todo lo que os hemos contado hasta ahora, resulta difícil medir la inteligencia emocional, pues actualmente no existe ningún tipo de ‘examen’ que valore y cuantifique este concepto, a diferencia de lo que ya ocurre con los exámenes para determinar nuestro cociente intelectual. Sin embargo, nadie ha dicho nada sobre la regulación de las emociones, pilar sobre la que se puede asentar la ‘inteligencia emocional’.
Este término psicológico es fundamental para que se vea el buen desarrollo y funcionamiento de muchas buenas compañías que existen a día de hoy. Tanto que en 2007 se constituyó el primer Clúster de Inteligencia Emocional, en el que participan varias compañías y que será fundamental para apoyar el buen hacer de las empresas, la eficacia de los equipos de trabajo y el liderazgo y comunicación dentro de los diferentes puestos de mando.
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