Con la llegada de la era digital, hemos visto cómo todo a nuestro alrededor cambia y se adapta. Compras, cine, relaciones... El género documental es uno más.
“La realidad no existe. Solo existen los discursos que construimos a su alrededor. Y esta certeza, que participa de la propia inestabilidad de la afirmación hecha, sirve para describir las propiedades de los relatos documentales.” Esta frase procede del dossier central del número 96 de la Revista TELOS dedicado al tema del documental digital.
Siempre se ha concebido el género documental como una aproximación a la realidad pero que no se halla exento de subjetividad. De alguna forma, la mirada del realizador a través de la cámara establece un punto de vista sobre los hechos filmados que dinamita cualquier propuesta de neutralidad. Pero, ¿y si en vez de un director de una visión sobre la realidad, el documental se fundamentase sobre múltiples perspectivas; si combinase, a modo de un caleidoscopio, distintas imágenes para formar un mosaico?
Estaríamos hablando entonces del documental de la era 2.0, de la era de Internet y de los medios sociales, en la que el usuario dirige una parte del proceso de producción mediante una interacción con otros usuarios individuales.
Se trata del documental interactivo, un concepto actualmente en proceso de gestación y definición, que combina distintos lenguajes, distintos sistemas de comunicación (multimodalidad) y nuevas experiencias de usuario (interactividad). De hecho, el experto Arnau Grifeu Castells afirma en unos de los artículos del dossier:
El lector o usuario (ahora interactor, participante y contribuidor) adquiere las connotaciones propias de un autor y en cierto modo se convierte en el creador de un documental personalizado propio, ya que dirige el control de la navegación (y por extensión, el orden del discurso) y utiliza el gran poder que la interacción permite (la característica definitoria que diferencia el medio digital interactivo gracias a su interfaz).
Es decir, que todos nos convertimos en autores-consumidores, teniendo en cuenta además que la actualidad está siendo registrada, tanto en vídeo como en fotografía, con una intensidad que jamás ha existido en la historia, gracias a la revolución tecnológica que ha puesto en las manos del ciudadano dispositivos para grabar material audiovisual de alta calidad técnica (aunque no necesariamente estético, artístico o con valor informativo).
El tratamiento digital de la imagen y los medios sociales permiten que cualquiera pueda tomar imágenes de cierta calidad y que además las pueda compartir con el mundo a través de las distintas redes sociales. Se constata, en función de la información aportada por la Revista TELOS, que comienzan a predominar los documentales interactivos web con estructura de mosaico o línea de tiempo navegable.
El uso de plataformas de Internet para impulsar obras del género documental tiene dos poderosos factores de apoyo: el aumento generalizado del ancho de banda en gran parte de las regiones del mundo, en parte por la difusión de la fibra óptica; y por otro lado, la abundancia de software de código libre para poder realizar proyectos multimedia, sin necesidad de tener conocimientos especializados (Popcorn Maker, 3WDOC, Zeega o Klynt; o gestores de contenidos en línea como WordPress).
No son pocos los aspectos que introduce la cultura digital en toda la cadena de producción y distribución del documental actual. Podemos hablar tanto de formas innovadoras de financiación, como el crowdfunding, que pueden reducir la dependencia de las productoras y las cadenas de televisión, así como de distintas plataformas de difusión, como las redes sociales, y un concepto abierto de los productos finales, en el que puede tener cabida el fenómeno transmedia.
«La educación prohibida» como paradigma de documental del siglo XXI
La obra “La educación prohibida” del realizador argentino Germán Doin, cuyo caso expusimos en Think Big hace algún tiempo, es un buen ejemplo de todo lo que he expuesto más arriba. Se trata de un documental que plantea una reflexión sobre la falta de adecuación de la educación tradicional al mundo actual del siglo XXI.
Desde la perspectiva que nos ocupa, “La educación prohibida” incluye en su proceso de producción y distribución elementos que podríamos definir “del documental 2.0”. Para empezar, Doin utilizó el crowdfunding para la financiación de su film, consiguiendo recaudar a través de Internet más de 56.000 euros de 704 coproductores.
Otro factor innovador del proyecto es su difusión por múltiples plataformas: el vídeo se puede ver en YouTube, se puede descargar desde la página del proyecto, se puede obtener en formato DVD y además ha sido proyectado en numerosas salas y centros escolares.
Y un tercer factor es el lanzamiento del documental bajo licencia Creative Commons, que permite al usuario copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra, y además hacer obras derivadas, es decir, convertirse en creador, en parte del proyecto.
Los resultados cosechados por “La educación prohibida” no han podido ser más espectaculares: más de 900 proyecciones independientes y más de 8.000.000 de reproducciones en la red, según los datos que ofrece la página web del proyecto.
Nos quedamos para acabar con una frase de Germán Doin, que aunque referida a su propio documental, refleja el espíritu de la obra documental del siglo XXI: “más que una película documental, La Educación Prohibida es un obra abierta pensada para la transformación social.” En efecto, los documentales son ahora obras abiertas a la participación colectiva a través de las redes, que al igual que en su formato clásico, generalmente persiguen reflejar aspectos de la realidad como forma de denuncia o puesta en evidencia de determinadas situaciones, con el fin de concienciar al mayor número de personas. Y hoy Internet pone la difusión masiva al alcance de cualquiera.
Imagen: Thomas Leuthard via Compfight cc