Hay una parte de nosotros que responde instintivamente a la música, un subconsciente musical; el piecito moviéndose al ritmo de la peor canción del verano o de un reggaeton que nunca incluirías en tu iPod. En otras ocasiones, una balada romántica en japonés emociona un poquito, aún sin entender la lírica. ¿Por qué? ¿Dónde y cuándo obtenemos ese ‘alfabeto musical’? ¿Es instinto o crianza? A continuación respondemos el 11,7% de esas preguntas.
Hay una reacción instintiva a la música y otra reacción, la cultural. La casi inexistente frontera entre estos dos fenómenos, que sin embargo están separados, es el principal reto cuando se buscan los orígenes de la conexión entre sonidos y emoción.
El tempo lento en el piano se acompasa con el bajón físico que conlleva la tristeza, por ejemplo; hace juego con la dopamina en la depresión. El violín está diseñado para imitar la voz humana, sobretodo las “i” y las “e” del italiano , e incluso algunas vocales del francés. Así conecta con nuestra parte emotiva.
Los golpes simétricos de tambor grave, de bombo, es algo que aún como niños podemos relacionar con la guerra, o cuando menos con el peligro. Suena como un depredador avanzando hacia nosotros, como estampida. Por miles de años fue el anuncio de ejércitos rivales afuera de las murallas.
Así pasa con los himnos. En la mayoría de los casos, y pese a las diferencias de temperamento e historia entre las naciones, son marchas, canciones con un marcado ritmo, interpretadas por bandas militares. Los himnos tienen que ver con el sonido de botas de soldados.
Hay un punto en el que las “referencias físicas” que podemos encontrar en la música -el bombo como latido, los tambores como pasos y los platillos como explosiones- se mezclan con la industria de lo cultural y lo tecnológico hasta que no se pueden diferenciar. Son muchos años ya de mass-media. De televisión por cable o antena. De películas con distribución mundial. De nuevas ficciones y nuevos mitos.
Un buen ejemplo es la Spy Music, la música de espías. Es una deliciosa mezcla de R&B, jazz con tintes exóticos, y soul. Oda a los 60´s y 70´s, al cine clásico, a Bond. En la Spy Music el uso de la marimba, o de ciertos solos de percusión, imitan pasos furtivos, miradas alerta antes de cruzar una oscura esquina. Zozobra. Pero también hay un factor cultural, anclado en la nostalgia por lo chic, lo smooth, por lo clandestino del espionaje y el casino. Es algo tan propio de ese género cinematográfico, que cuesta encontrar película o serie que lo logre evadir. Construye el mismo marco anímico para un espectador venezolano y uno ruso.
Y, por supuesto, la música electrónica. Patrones de sonidos sintéticos, a alta velocidad. Retazos de audio sacados de juegos de PC, de sonidos de tarjetas madre, de procesadores. Sonidos de electricidad y chips, frenéticos, como la transmisión de datos, como las cien pestañas abiertas en nuestros navegadores.
Como los tiempos. Como estas líneas.