No es extraño que muchos gobiernos quieran reducir su dependencia de los combustibles fósiles. La autonomía energética les permitiría solventar buena parte de los problemas económicos estructurales, sobre todo aquellos relacionados con la balanza de pagos. Eso por no hablar de la deseable contribución a sostenibilidad del planeta que todo buen gobernante anhela.
La mayor parte de las energías fósiles se utilizan para dos cosas: para el transporte y para generar la energía eléctrica que se necesita durante los picos de demanda. Por supuesto, las proporciones de ambas varían de país a país, pero sorprende que no siempre es el transporte el mayor demandante de energía no renovable.
Para el transporte, una solución que se está abordando es la reconversión a consumo eléctrico. El caso más significativo es el del coche que, aunque podría utilizar otras energías sostenibles, su alimentación eléctrica puede permitir beneficiosos efectos colaterales que veremos luego.
En el caso de la gestión de los picos de demanda de energía eléctrica, el principal problema viene de que este tipo de energía no se puede almacenar en grandes cantidades, lo que implica que su producción y consumo deben ser semejantes en cada momento. Y la generación con energías no renovables no es tan flexible como se quisiera por lo que se requiere utilizar otro tipo de energías que la complementen.
La soluciones que se están planteando se basan en el uso inteligente de la energía basado en información precisa de la demanda y el uso que se hace de la energía. Esto es algo que ya se está implantando, generalmente bajo el nombre de “smartgrid” y que sirve principalmente para solucionar ineficiencias en el sistema. Es un primer paso necesario.
Pero lo interesante es que ya se está especulando con la evolución de este concepto hacia un “smartgrid2.0”. Se caracterizaría porque el flujo de electricidad iría en dos sentidos, en vez de cómo ahora que va desde la compañía eléctrica hacia el usuario. Y se incluirían conceptos nuevos como la cogeneración y el almacenamiento distribuido de la energía.
Para llegar a este punto un primer paso sería la instalación de nuevos contadores inteligentes en los hogares que permitan medir la demanda con mayor precisión y ajustar la generación a dicha demanda. A partir de aquí, los límites están en la imaginación. Se podría, por ejemplo, llegar a un estado en el que las compañías eléctricas podrían alertar a los electrodomésticos sobre próximos períodos de alto precio para que estos actúen en consecuencia.
Los usuarios se podrían convertir en proveedores utilizando para autoconsumo energías renovables y aportando el resto para ser revendido. Incluso podrían utilizar pequeñas unidades de almacenamiento residencial con capacidad de unos pocos kW/h. Todo ello para reducir la factura energética doméstica y contribuir a la gestión de los picos de demanda.
Finalmente, para el almacenamiento temporal de energía se podrían utilizar algunas de las distintas tecnologías disponibles. Hay quienes apuestan por el hidrógeno pero el uso más curioso podría venir del almacenamiento de energía en las baterías de los coches eléctricos. Se está planteando utilizar esta fuente como reserva energética para satisfacer picos de consumo muy elevados. Un dato: si la mitad de los coches en España fueran eléctricos, sus baterías podrían llegar a proporcionar la energía eléctrica que se consume en 3 horas.
Hablaríamos de energía de ida y vuelta, y en cualquier caso, de energía inteligente.