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Sí a la inteligencia artificial, pero sin renunciar a la humana

El furor por la inteligencia artificial ha puesto de manifiesto un hecho que resulta, cuanto menos, sorprendente. A la hora de tomar decisiones, las empresas parecen confiar más en las máquinas que en los humanos.

La inteligencia artificial ha llegado para quedarse, de eso no cabe la menor duda. Basta asomarse a las páginas cualquier periódico o echar un vistazo rápido al feed de Linkedin para comprobar que la “IA” es el último grito en el mundo de la empresa.

Y lo cierto es que existen sobradas razones para ello. Las capacidades que esta nueva tecnología ofrece permiten no sólo superar barreras hasta ahora infranqueables para los sistemas tradicionales, sino que, más allá, desbloquea campos hasta ahora reservados para películas de ciencia ficción.

Sin embargo, este furor por la inteligencia artificial ha puesto de manifiesto un hecho que resulta, cuanto menos, sorprendente: A la hora de tomar decisiones, las empresas parecen confiar más en las máquinas que en los humanos.

Nadie va a negar que la tecnología tiene capacidades de cómputo exponencialmente superiores a las del humano más inteligente, pero también es cierto que no todas las decisiones empresariales requieren de esos niveles de inteligencia y, en esos casos, la tendencia parece mantenerse: la “máquina” decide mejor.

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Posicionarse sobre la certeza de esa cuestión de manera categórica, con un simple, verdadero o falso, es sencillamente imposible. Son tantos los condicionantes y matices que conforman el contexto de cada decisión que, probablemente, la respuesta más adecuada sea que “depende”.

No obstante, el objetivo de este artículo no es dar una respuesta a dicha cuestión, sino plantear el debate sobre las razones que, aparentemente, nos llevan a confiar más en una máquina que en un humano. Porque, cuando se toma la decisión de confiar en una máquina, dicha máquina ha sido diseñada y programada por un humano; y la decisión última de depositar dicha confianza la toma igualmente un humano.

Desde un punto de vista estrictamente personal, dotar de mayor confiabilidad a las máquinas que a las personas se debe a distintos factores, no todos ellos positivos.

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El primero, como ya hemos adelantado, son las mayores capacidades de cómputo. La tecnología puede almacenar más información, más variada, y cruzarla y contrastarla a unos niveles que los seres humanos somos incapaces.

El segundo, aunque pueda resultar obvio, es la falta de humanidad. Los seres humanos tenemos sentimientos, prejuicios, sesgos, experiencias que, aunque no queramos, influyen en nuestra capacidad de razonamiento y, por tanto, condicionan nuestras decisiones. (No valoro si esto es negativo o positivo. Sólo pretendo dejar claro que, en ocasiones, este es uno de los aspectos que se busca evitar al designar una máquina como decisora).

El tercero, y posiblemente el más polémico, tiene que ver con una cierta dosis de cobardía. Si las decisiones las toma una máquina; que además hemos convenido que es menos falible que un humano, los humanos nos liberamos de la responsabilidad sobre las decisiones. Así, si el resultado obtenido no es el esperado, la culpa nunca será nuestra, sino de la máquina. Como mucho, podrá ser responsabilidad de quien diseñó y programó la máquina, pero, en ningún caso, del humano que debería haber tomado dicha decisión en ausencia de la misma. En mi opinión, este es un aspecto peligroso, pues la ausencia de responsabilidad puede llevar a la irresponsabilidad.

Sea como fuere, motivado por la velocidad de los avances tecnológicos, la realidad es que muchas de las grandes empresas han pasado casi directamente de tomar decisiones 100% humanas, basadas únicamente en la experiencia e intuición, a ceder dicha capacidad de decisión a la inteligencia artificial. Y en dicho proceso se ha pasado por alto un paso intermedio: las decisiones humanas basadas en datos.

Es muy probable que las máquinas tomen decisiones más precisas, más asépticas y más coherentes que los humanos, pero, lamentablemente, parece que nosotros mismos nos hemos quitado la oportunidad de demostrar cuán buenos podríamos haber sido comparados con las máquinas, si hubiéramos sido capaces de confiar en nosotros mismos.

En cualquier caso, hay algo que no debe perderse nunca de vista. Y es que, por muy superior que sea la inteligencia de una máquina, comparada con la de un humano, está será siempre artificial.

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