La tecla adecuada

La fibra emocional de la música y lo que se (nos) puede hacer con ello. El ritmo, la melodía y el tópico de las escalas.  ¿Qué tonalidades nos entristecen y cuáles nos exaltan? Si podemos saber esto, ¿existirán robots capaces de imitar y emocionarnos?

 

He aquí un enredo innecesario, diría mi señora madre: hablar de música, una disciplina artística -y por ende de lectura muy íntima- y de emociones, con lo impreciso que resulta cualquier idioma para definirlas. Ambas son intangibles desde cierta perspectiva. Pero el sonido es vibración y frecuencia, y lo emotivo, química hormonal y electricidad, así que al menos aparecen en las mediciones.

En las reacciones instintivas con la música juegan factores como el ritmo, que nos permite anticiparnos métricamente al futuro y, por supuesto, la melodía, que es el sonido percibido «en plano abierto», si me permiten la metáfora con el cine; es la combinación de acordes, gloriosos protagonistas de la obra musical.

En el acorde, según Leonard Bernstein, las escalas mayores están, naturalmente,  en toda nota , y las escalas menores se oponen, e insinúan tristeza. Esta relación de las escalas mayores con lo up-tempo y alegre, y las escalas menores con la melancolía, es una idea muy repetida y, sin embargo, cuestionable.

Nigel Tufnel, de Spinal Tap -porque citar solo a personas serias es demasiado siglo XX- se refirió a  D menor como «la tonalidad más triste, en mi experiencia. La gente solloza al instante cuando la oye y no sé por qué».

El Dr. Harry Witchel publicó, a mediados de la década pasada, un estudio sobre las canciones más felices y las más tristes, en el que consideró factores fisiológicos, como la respiración y el pulso mientras se escuchaba la música. The Drugs Don’t Work de The Verve le ganó por poco a Angels de Robbie Williams, como la más lúgubre. Las más divertidas, Song 2 de Blur y Shiny Happy People de REM.

En línea también se encuentran otras listas como las 100 canciones más tristes, de acuerdo con TheStar.com & Adam Brent Houghtaling, autor de This Will End in Tears: The Miserabilist Guide to Music.

Lo cierto es que las reacciones viscerales de euforia con la música son explotadas en algunos restaurantes, automercados, gimnasios y tiendas por departamentos, para que el consumo tenga también un ritmo up-tempo. Los casinos, en cambio, buscan un término medio, música hipnótica y libre de silencios reflexivos que te inviten a huir.

La influencia de la música en nuestro ánimo es la razón principal para existir de páginas como Stereomood, Musicovery, Last.fm y TheSixtyOne, por ejemplo. Allí no le das play a Zoé o La Vida Boheme, sino al botón que dice «Felicidad», «Stress», «Estudiando» o «Despechado».

Esto nos dice mucho sobre el carácter funcional y utilitario con que consumimos el audio, más aún cuando el catálogo se nos presenta de esa forma. Nuestras emociones, taxonómicamente censadas.

¿Y por qué no mimetizadas? Si somos tan fáciles de leer y la emoción detrás de los sonidos es universal, tenemos que prepararnos para que las máquinas hagan música por nosotros, casi como nosotros.

Con ustedes, una de las piezas más recientes de Emily Howell, su segunda fuga. Emily Howell es un software creado en los 90´s, que acaba de editar su 2do LP con Centaur Records.

 

http://www.youtube.com/watch?v=jLR-cuCwI

 

Para cerrar, dejo este experimento: la canción de REM, Losing my religion, reconvertida de escala menor a escala mayor.

 

http://vimeo.com/57685359

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