Recuerdo un artículo publicado en un periódico mexicano a inicios del año 2000, que proponía a Guadalajara como el nuevo Silicon Valley de México. En efecto, desde mediados de los 90 se había concentrado la manufactura de tecnología en el área cercana, lo que por supuesto generó una derrama económica importante en la ciudad y el estado. Empresas como Motorola, Hewlett Packard, Nokia y otras, al estar ahora más enfocados a la fase de diseño, tercerizaban su manufactura a México.
Pensé en ese entonces que aunque bien intencionada la nota, no hacía sentido la comparación, pues Silicon Valley se había formado persiguiendo el liderazgo en la innovación y el desarrollo de valor agregado, mientras que en Guadalajara se seguía promoviendo la manufactura, explotando la mano de obra barata, generando trabajos de bajo valor.
En esas épocas iniciaba yo mi segundo emprendimiento, Simitel, y decidí leer un poco sobre cómo se creó este lugar tan especial en Estados Unidos y si era posible recrearlo en México.
Resulta que en los años 40 y 50 en California, Frederick Terman, Director Académico y Decano de la Escuela de Ingeniería de Stanford, comenzó a fomentar una cultura emprendedora, motivando a sus estudiantes y exalumnos a crear nuevas empresas e innovar a partir de sus estudios. Entre ellos, apoyó a William Hewlett y David Packard para formar una de las primeras firmas tecnológicas privadas, modelo que repitió con Varian Associates y otras empresas de tecnología creadas por egresados de Stanford, iniciando así un ambiente de colaboración entre academia e industria que revolucionó el desarrollo tecnológico e incentivó un periodo de bonanza para la innovación.
Una de estas empresas, Shockley Transistor Laboratory (luego Shockley Semiconductors) es a la que se le atribuye el haber generado el “boom” de Silicon Valley. La empresa fue fundada por un alumno de Terman, William Shockley, Premio Nobel de Física y co-inventor del transistor, en 1956. En 1957, en una disputa entre Shockley y sus empleados, muchos de ellos renunciaron y formaron Fairchild Semiconductor, empresa que creció enormemente hasta mediados de los 60 y de la cual se desprendieron las primeras escisiones (spin-offs) de empresas de tecnología alrededor del campus de Stanford, quienes a su vez generaron aún más escisiones iniciando un ciclo que continúa hasta hoy. Se había democratizado el éxito, tener talento atendiendo una necesidad real del mercado era todo lo necesario para generar riquezas y alabanzas. Y el mercado floreció. Se había creado Silicon Valley.
No tardó mucho en darse cuenta el dinero del noreste de Estados Unidos de la gran generación de oportunidades que se estaba dando en la región y empezaron a generar, localmente, fondos de inversión de riesgo (Venture Capital) que a su vez incentivaban aún más la creación de nuevas empresas. A ésto se sumó el gobierno a nivel local, estatal y nacional, generando incentivos y programas de financiamiento alterno para fortalecer el ecosistema emprendedor naciente.
Es precisamente esta etapa la que detalla en su libro “The Startup Game”, Bill Draper, indudablemente uno de los padrinos del Venture Capital en Estados Unidos. En él, Draper describe brillantemente el ambiente que se vivía al final de los 60 y principios de los 70 en Silicon Valley. Iniciaba una “fiebre” similar a la de un siglo y cuarto atrás, en 1849, en el mismo territorio: la fiebre del oro. Sólo que ahora era el talento, y no el metal, lo que se buscaba. El dinero comenzó a fluir y se creó una nueva industria con empresas de mayor valor que naciones enteras, un nuevo mercado de valores que hoy representa el mayor volumen de cualquier bolsa en el mundo, generando empleos millonarios para toda una región (desde 1970 hasta hoy, el estado de California ha estado posicionado como una de las 10 mayores economías del mundo).
¿Por qué es esto relevante? Porque haciendo un comparativo, México empieza a pasar por un momento similar. Habiéndonos, aparentemente, salvaguardado de una crisis que afecta fuertemente a Estados Unidos y Europa, México está posicionado entre las primeras 10 economías con una esperanza de crecimiento acelerado en los siguientes años. En medio de una crisis de empleo que poco a poco se ha traducido en actividad emprendedora, y con un apoyo sin precedentes a la creación de un ecosistema emprendedor en el que academia, gobierno e industria colaboran fuertemente para fomentar la innovación. Un país en donde abundan el talento y las oportunidades, vecino del mercado más grande del mundo, y con iniciativas gubernamentales encaminadas a facilitar y brindar mayores posibilidades de éxito a las nuevas empresas.
Analicemos tan sólo algunas de las iniciativas gubernamentales y sus resultados en materia de desarrollo tecnológico: en 2006, el gobierno, a través de la Ley de Mercado de Valores, crea la SAPI (Sociedad Anónima Promotora de Inversión), que otorga derechos minoritarios y es un vehículo más flexible y con mayores posibilidades de salir a bolsa, por lo que incentiva la inversión. Este no es un cambio menor, y ya ha comenzado a dar señales definitivas de una búsqueda de crecimiento económico. En el 2010 y 2011, se dieron muchos cambios en materia económica: se agilizaron los trámites para abrir empresas, se duplicó el presupuesto de apoyos gubernamentales para desarrollo tecnológico e innovación, e inclusive Nacional Financiera (NAFIN) creó un fondo de fondos para inversiones de riesgo, lo que inició una expansión de fondos de Venture Capital en México.
En materia académica, gracias al programa de incubadoras de la Secretaría de Economía y los apoyos a la innovación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), hay más de 500 incubadoras en universidades del país. Hoy existen docenas de aceleradoras de negocios, donde destacan programas como el de Techba, impulsado por la Fundación México Estados Unidos para la Ciencia (FUMEC) o Wayra, aceleradora privada de Grupo Telefónica que impulsa proyectos relacionados a las tecnologías de información (TI). Además, abundan en México los premios a la innovación, ofrecidos por grandes corporativos como American Express, Banorte, Santander, Intel, Dell y muchos otros que han impulsado la investigación aplicada en la academia, y la generación de proyectos tecnológicos que ya hoy han creado un sinnúmero de empresas.
Finalmente, según Gartner, México se ha posicionado como la cuarta opción, después de India, China y Filipinas, como proveedor global de servicios de TI y, según AT Karney, es el sexto destino a nivel mundial y el primero en América para establecer empresas de servicios de TI, avanzando enormes trechos desde la década pasada, un tiempo en que ni siquiera aparecíamos como una opción dentro del mapa de la innovación y desarrollo en tecnologías de información
Todo esto, aunado a una caída en el número de oportunidades en las ahora deprimidas economías del primer mundo, ha obligado a los fondos de inversión a mirarnos, haciendo que el crecimiento de flujo de dinero sea no sólo interno, sino que también sea atraído desde Estados Unidos, Canadá y algunos países europeos. México es hoy, después de Brasil, la mejor opción para invertir en Latinoamérica, o la mejor, si consideramos las conclusiones de la última cumbre del G20 en Baja California, hace unos meses.
Por supuesto que aún falta mucho por hacer. Por ejemplo, en México hay muy pocas opciones para conseguir dinero en las etapas tempranas de una nueva empresa. El interés por financiamientos crediticios es aún prohibitivo y elitista, hay muy pocas opciones para conseguir capital ángel o semilla y la falta de salida a bolsa, así como la poca actividad de fusiones y adquisiciones, aún inhibe las inversiones en industrias distintas a los bienes raíces u otros activos tangibles. Esto sin contar, por supuesto, con el posible rompimiento en continuidad política y económica en año postelectoral, una sociedad que aún tiene que adoptar el emprender como algo necesario y positivo, un clima de inseguridad que no sólo afecta el flujo de inversión sino que hace pensar, aun a los más nacionalistas, si vale la pena emprender localmente y una percepción de corrupción que afecta la imagen de las instituciones regulatorias y por ende la de la calidad de los productos y servicios mexicanos.
Aun así, esta es la primera vez, que yo recuerde, en que realmente se percibe un esfuerzo conjunto por parte de la sociedad, el mundo académico, la industria y el gobierno en materia de creación de empresas. Al parecer las condiciones están dadas para un acelerado crecimiento en el sector tecnológico en México, un crecimiento que genere mayor riqueza, que distribuya mejor el dinero a la sociedad y que ayude a subir a México en la escala de competitividad mundial.
Suponiendo que los líderes políticos y económicos en el siguiente sexenio confíen en que continuar por esta senda es bueno para México, y mantengan el curso, podríamos estar ante el umbral del cambio de una economía dependiente y poco innovadora a una economía desarrollada, competitiva y generadora de empleos de alto valor para su población.
Para concluir, no creo que podamos replicar Silicon Valley, creo que geográfica, política y económicamente nos llevan mucha ventaja, pero no creo que sea necesario. Podemos crear en México nuestro propio modelo de innovación, aprovechando, además de la coyuntura actual, la idiosincrasia mexicana. Somos un pueblo alegre, trabajador y con una capacidad creativa inmejorable, características que mantenemos sin importar las adversidades que históricamente se nos han presentado. Solo queda imaginarse qué podríamos lograr con un poco de viento en popa.
Esto es por lo que estamos trabajando quienes conformamos el ecosistema emprendedor mexicano. Mi apuesta es que lo conseguiremos en esta década. ¿Cuál es la tuya?