Siempre he visto la tecnología como una forma de creatividad del ser humano, no importa si es hombre o mujer. Más allá de las definiciones formales, pienso que lo que llamamos tecnología no es más que los caminos que encuentra nuestra mente para, una vez enfrentada a un problema concreto, materializar esas ideas locas que le llegan, quién sabe de dónde…
Muchos ven de la tecnología solo los sistemas de mecanismos y herramientas que se han ido inventando para resolver problemas prácticos a lo largo de la Historia. Pero esta, en mi opinión, es una perspectiva reduccionista. La tecnología es creatividad con un objetivo concreto, sí, pero su belleza no está tanto en el aparato o herramienta que produce, sino en el talento de esa persona que, ante la necesidad de resolver un problema, ideó una solución real con los medios que tenía a su alcance.
Es un talento humano y, por lo tanto, no entiende de género, raza, edad o cultura.
Un ámbito lejano para las mujeres
Y, sin embargo, es una realidad indiscutible que este parece (y ha parecido, históricamente) un ámbito lejano para las mujeres, por decirlo de alguna forma. Es un fenómeno que persiste en nuestras sociedades, y que ha mermado nuestro desarrollo en el pasado, lo sigue frenando en el presente, y, si no lo atajamos de una vez por todas, seguirá condicionando nuestro futuro como especie.
Las razones son muchas, y profundas, en la Historia. No ha sido este el único ámbito cerrado a las mujeres durante siglos, pero sí uno de los que persiste con más fuerza y cizaña en el propio tejido de nuestras sociedades, en la mentalidad de nuestras culturas. Ya no es algo impuesto por los gobiernos (salvo en algunos países). Es algo, a veces, intangible. Una idea arraigada que se susurra en el aire colectivo a muchos niveles, desde el social hasta el familiar: “El mundo de la tecnología es cosa de los chicos, de los hombres…”. No es, ni siquiera, un susurro perverso en sí mismo. Simplemente, una inercia enquistada en la urdimbre social: Así son las cosas. Así ha sido siempre.
A esta realidad la llamamos ‘brecha de género’, pero, para mí, más que una brecha es un abismo, una rotura de kilómetros en nuestras sociedades. Las estadísticas lo afirman, tozudas, y vemos en ellas que estamos ante un problema que comienza temprano, un poco antes de que los jóvenes lleguen a esas edades en que tienen que escoger un camino en la vida. Que luego se extiende al mundo académico, y de allí al laboral. Y que termina por hacerse endémico cuando ascendemos en la escala profesional.
Regreso a la raíz
Por suerte, desde hace un tiempo este problema ha entrado, con toda la importancia y el peso que tiene (incluso con sus paradojas), en el centro del debate social. Ya era hora. No es posible luchar por la igualdad de la mujer sin abordar de una vez esta faceta: su papel, su implicación en un ámbito, el tecnológico, que incluso está definiendo de tantas formas nuestra forma de ser como sociedad. Como humanos.
Podemos razonar muchos argumentos para reafirmar la importancia de involucrar más a las mujeres en el mundo tecnológico. Son la mitad de la población mundial, ergo, estamos perdiendo la mitad de nuestro talento como especie, por ejemplo. Además, las mujeres debemos aportar nuestra visión en este terreno… Y debemos, también, abrirnos las puertas a uno de los sectores donde hay, y habrá, tantas oportunidades profesionales…
Todos estos argumentos son válidos, y están respaldados por análisis, estudios y estadísticas. Pero, ¿saben qué? Aun cuando reconozco su importancia, y su pertinencia, pienso que, tal vez, debamos volver a la raíz del problema, a argumentos más esenciales. Cuando, en mis charlas y talleres me piden que hable sobre la importancia de implicar más a la mujer en el mundo tecnológico, simplemente abro las manos y respondo con estupor: ¡Porque somos seres humanos! ¿Cómo no vamos a hacerlo? ¿Por qué no? ¿Es que no somos capaces de talento y creatividad?
Llevo muchos años impartiendo clases y talleres de robótica, programación, etc., entre los niños y niñas de todas las edades. Y nunca, nunca, he visto diferencias sustanciales, de esencia, entre los unos y las otras. Algunos y algunas son buenos en unas cosas, y regulares en otras; o atienden más, o menos; o son más habilidosos; o diligentes… Pero todos y todas son igualmente capaces de aportar su granito de arena personal a un proyecto. En todos y todas está esa chispa, ese talento para enfrentar un problema y, tal vez, encontrar una solución.
Mujeres plenas y capaces
Pienso que quienes deben darme argumentos que demuestren sus tesis son los que afirman lo contrario, esa ‘verdad’ inamovible, escrita en piedra de que “la tecnología y la ciencia son cosas de hombres”.
El trabajo que tenemos por delante es arduo, pues nos enfrentamos a un problema complejo, y con muchos siglos de enquistamiento en nuestras sociedades. Hay que enseñarles a las niñas y jóvenes que ellas también pueden realizar esos trabajos, y el impacto que tendría la incorporación activa de la mujer a este ámbito tan importante de nuestro futuro. Hay que explicar conceptos como los sesgos de los algoritmos, y analizar con ellas cómo la diversidad de visiones enriquecería a este mundo de la tecnología, y, por lo tanto, también a nuestras vidas.
Pero, sobre todo, hay que hacerlas sentir plenas y capaces.
Imagen de Brand Factory.