La soledad es una experiencia humana universal; podríamos decir que forma parte de todas las etapas de nuestra vida. Se puede sentir en la infancia, en la adolescencia, en la adultez y, especialmente, en la vejez. Sin embargo, la soledad no siempre tiene una connotación negativa.
Existe una diferencia crucial entre la soledad deseada, que es elegida, y la soledad no deseada, que genera dolor y aislamiento. Precisamente es esta diferencia, y sus efectos, en los que insiste la psicóloga Elizabeth Clapés en una charla en Mejor Conectados: dos formas de soledad que tienen impactos muy diferentes en la salud emocional y física de las personas, y requieren una comprensión profunda para abordarlas adecuadamente como sociedad.
La soledad no deseada: un mal silencioso
La soledad no deseada es una experiencia de vacío, desconexión y, en muchos casos, desesperanza. A diferencia de la soledad deseada, que es productiva y relajante, la no deseada está marcada por la sensación de estar abandonado o excluido. Como explica Elizabeth Clapés, somos seres sociales por naturaleza y este tipo de soledad va más allá de la salud mental: tiene un efecto directo en nuestra salud física. Son muchos los estudios han demostrado que las personas que experimentan soledad crónica tienen un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, depresión, ansiedad e incluso una muerte prematura.
Los niños que experimentan soledad no deseada suelen mostrar dificultades para establecer relaciones con sus compañeros, lo que puede repercutir en su desarrollo emocional. En la adolescencia, esta soledad puede estar asociada con el bullying o el aislamiento social, afectando la autoestima de los jóvenes y su sentido de pertenencia. Los adultos pueden experimentar soledad no deseada debido a circunstancias como el divorcio, la pérdida de seres queridos o la desconexión social en el trabajo. En la vejez, la soledad no deseada se convierte en un problema especialmente grave. Muchas personas mayores viven solas, y la falta de interacción social puede llevarlas a una sensación de invisibilidad y abandono.
La diferencia clave: elección frente a imposición
Lo que separa la soledad deseada de la no deseada es, en esencia, el control. Cuando una persona elige estar sola, se siente empoderada porque es una decisión consciente y temporal. Sin embargo, cuando la soledad es impuesta por las circunstancias, ya sea por la pérdida de relaciones, el aislamiento o la falta de conexión con los demás, la persona se siente atrapada y vulnerable.
Este sentimiento de impotencia se ve amplificado por la percepción de que la responsabilidad de resolver la situación recae solo en la persona afectada. La soledad no deseada se convierte en un problema individual, cuando en realidad es un problema social que afecta a toda la comunidad.
La soledad no es solo responsabilidad de quien la sufre
Si en algo insiste Elizabeth Clapés en su charla de Mejor Conectados es en el reto de que debemos dejar de pensar que la solución a la soledad recae únicamente en quienes la experimentan. Esta visión simplifica y estigmatiza el problema. Esperar que alguien que sufre de soledad no deseada sea quien dé el primer paso para salir de ella ignora la naturaleza misma de este mal. Las personas que padecen soledad crónica suelen sentirse paralizadas, desconectadas del mundo que las rodea, y no siempre tienen las herramientas o la fuerza para buscar ayuda.
La soledad no deseada es un problema que debemos abordar como sociedad, ya que es un reflejo de la desconexión social que hemos permitido crecer. La solución, por tanto, debe venir de la comunidad en su conjunto, y no de los individuos afectados.