Guía para combatir los discursos de odio

Vivimos en un momento sin grises, nuestras vidas se han pintado de blanco y/o de negro. Los debates se sostienen a partir del deseo de derribar al otro. Los cambios de opinión son vistos como debilidad y quien triunfa es quien denosta al adversario en pos de tener la razón. Estamos polarizados, nos acomodamos en los extremos de un ring donde nuestro objetivo no tiene que ver con acercarnos (por lo que nos une) sino con derribarnos (por lo que nos separa).

¿Es esto un fenómeno nuevo?; ¿Siempre fuimos así?; ¿Estamos más polarizados que nunca? Sin duda, las tecnologías digitales tienen mucho que ver con este momento de extremismos, ya que sus lógicas de funcionamiento moldean y performan nuestros cuerpos y prácticas. Cada uno con su dispositivo, leyendo las noticias hiper-segmentadas de nuestra sesgada realidad, encerrados en el confort de nuestras burbujas de información.

No es casual entonces que los entornos digitales nos hagan olvidar del otro: no lo vemos, no lo escuchamos y muchas veces nos olvidamos de que es una persona la que está del otro lado de la pantalla. Vivimos entrelazados entre bots, nubes, servidores y asistentes virtuales. La experiencia socio-digital nos distorsiona la percepción. ¿Cómo mirar de otra manera?

La distancia física puede estimular la violencia y la falta de empatía. Palabras en lugar de voces, pantallas en lugar de miradas y el tacto reducido a teclados que poco dicen sobre los demás. Vivir en una individualización cada vez mayor nos impulsa a una búsqueda narcisista donde intentamos evitar el contacto y generar validación a partir de estímulos puntuales: likes, retuits y comentarios. Si un posteo generó muchos likes: es un éxito, incluso aunque dañe mucho a alguien. Esto estimula la agresión sin miramientos y un adormecimiento de la empatía.

En esta lógica polarizada cobra fama un fenómeno que sin dudas es indispensable para este clima hostil: los discursos de odio.

¿Qué son los discursos de odio?

Los discursos de odio son mensajes que atacan, hostigan o discriminan a grupos históricamente discriminados y excluidos. Estos discursos sociales apuntan a personas por su género, identidad de género, orientación sexual, religión, etnia, apariencia física, etc. Es decir, por su pertenencia y representatividad.

La lógica de los discursos de odio ubica a estos grupos como chivos expiatorios, culpables de los males de la sociedad y propone su exclusión o ataque como solución. Por eso estos mensajes se producen en espacios públicos, no tienen sentido en la privacidad ya que el objetivo es invitar a otros a sumarse, legitimar ciertos discursos violentos y fomentar su reproducción.

Los discursos de odio legitiman en espacios sociales, como es Internet, mensajes que hasta ese momento eran reprimidos públicamente. A partir de su circulación, comienza a parecer menos grave lo que se propone y el ataque se difunde, contagia y viraliza. No importa lo que cierta persona haga en su trabajo, vida personal o social. Lo que se ataca, subraya y busca acallar es su pertenencia al grupo históricamente discriminado. En última instancia, el objetivo de los discursos de odio es que mermen los derechos humanos de las personas afectadas.

En Internet esto se ve claramente con la libertad de expresión y el derecho a la participación. No queremos que los otros se expresen, que opinen y se muestren. No queremos ver lo diverso. No queremos que muestren otras formas de ser, creer o amar. Los atacamos, señalamos, atosigamos, cancelamos: los acallamos.

¿Cómo nos vinculamos?

La polarización nos lleva a vínculos extremos. Cancelamos para siempre, bloqueamos y nos fanatizamos sin medias tintas. ¿Será que acaso nos repele construir puentes?

Elegimos el no contacto: auriculares, compras online, cine en la cama, teletrabajo, y una larga fila de etcéteras. Los demás invitan a lo comunitario y la comunidad, a consensuar. El consenso implica una resignación, que no estamos dispuestos a realizar. Lo que no nos gusta, lo bloqueamos o cancelamos. No estamos con predisposición a aprender algo nuevo que contradiga nuestras ideas preconcebidas. Buscamos confirmar lo que ya pensábamos antes, dejando de lado el viejo y olvidado anhelo por la verdad.

Polarizar es más fácil y rápido, cancelar está apenas a un clic de esfuerzo. Sin debates ni profundidad. A todo o nada, rápido y sin dudas ni contemplaciones.

¿Y ahora? ¿Cómo seguimos?

No hay certezas, pero sin duda debemos pregonar por territorios digitales más humanos. Entornos donde podamos recordar que del otro lado de las pantallas hay personas, que viven su vida y sufren por nuestras acciones. Pregonar lo colectivo, lo común, las redes y la empatía. Salir de la zona de confort de lo individual y buscar momentos donde el debate nos enriquezca (a partir de lo diverso o heterogéneo). Obligarnos a tener, aunque sea de vez en cuando, ese gasto cognitivo que implica entender qué piensa el otro y por qué. 

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